Me entero por la prensa de que a los expresidentes de Aragón Santiago Lanzuela y Emilio Eiroa se les ha concedido la Gran Cruz de Carlos III a título póstumo en el último Consejo de Ministros. Esa Real Orden reconoce desde 1847 a aquellas personas destacadas por sus buenas acciones en beneficio de España y la Corona. A burro muerto, cebada al rabo, según contaba el Marqués de Santillana en su obra “Refranes que dicen las viejas tras el fuego” haciendo hincapié en el acertado reflejo de la sabiduría popular. También se encuentra ese refrán en una fábula de Samaniego, donde se hace referencia a un inoportuno médico cuando le explica a un enfermo que se moría, pero que si hubiese acudido antes a él, podría ser que ya estuviese sano. A lo que el moribundo respondió: “Señor Galeno, su consejo alabo. / Al asno muerto, la cebada al rabo”. El rey estuvo lacónico en su discurso de Nochebuena. No hizo referencia al contubernio judeo- masónico del que nos avisaba Franco cada 31 de diciembre. El rey, de pie en el Salón de Columnas, impartió el “Urbi et Orbi”, habló de la “bronca política” y del consecuente “hastío, desencanto y desafección ciudadana”, bla, bla, bla… Y se despidió en castellano, euskera, catalán y gallego. Pasó por alto el bable, el aranés, el panocho murciano, la fabla aragonesa, el romaní y el llionés, todos ellos en camino de extinción, como la abutarda, el avetoro, el sisón, la garcilla y el pico dorsiblanco. Y luego, los españoles nos pusimos a cenar en familia, no faltó ni el pijotieso del ‘cuñaó’ arengando sobre lo mal repartido que está el mundo, ni el cagadogmas del novio de la hija que aseguraba que Herodes murió cuatro años antes de que naciese Cristo. Y entonces, ¿lo de los inocentes? Eso ya…, sí claro, claro… Por la noche llegaron las pesadillas con el hombre del saco y hoy he amanecido con acidez de estómago por culpa del turrón, la copa de anís, o yo qué sé. Uno ya no anda para guateques. Es lo que tiene perder la rutina a cierta edad. Amanezco con flojera. Voy a tomarme un ‘Alka-Seltzer’ antes de pisar la dudosa luz del día.