sábado, 20 de diciembre de 2025

Polvo de hemeroteca

 

Algunos diarios,  cuando se acercan en los últimos días del año, acostumbran a hacer un somero análisis del mismo y de las cosas que sucedieron para bien y para mal. Es como un examen de conciencia, nunca un propósito de enmienda, como sería lo deseable. El tiempo pasa muy deprisa y la catarata de información de hoy se torna en vieja reliquia una semana más tarde. Es como si nuestro cerebro tuviese un resorte que nos indicase la caducidad de las noticias, como si se tratasen de latas de conserva. No digamos nada si tratamos de recordar noticias de hace medio siglo. En mi ciudad, Zaragoza, como sucede en todos los lugares de España, también pasaron cosas hace cincuenta años aunque, curiosamente, parezca que todo aquello que no acaeció en Madrid, no transcurrió en ningún otro sitio. Pues bien, aquel año 1975 fue convulso: murió Franco; perdimos el Sahara; se restauró a la Casa de Borbón después de 44 años; la prensa se convirtió en “el tonto del paseo” con múltiples oleadas de secuestros de revistas de actualidad por la censura y tuvimos que aprender a leer entre líneas; el periodismo se transformó en una profesión de riesgo; se cumplieron seis sentencias de muerte por terrorismo con la aplicación del Código de Justicia Militar; se levantó la prohibición de que el ‘Giralda II’ pudiese repostar en España y levar anclas de inmediato, y Juan de Borbón aprovechó ese breve tiempo para entrevistarse con su hijo en Mallorca; etcétera. El país era presa de una tormenta de grandes miedos y cortas esperanzas. Todos hacíamos cábalas. El paro era una de las grandes preocupaciones y el ‘búnker’  se resistía a perder sus privilegios. El artículo 103 de la Ley de Procedimiento Laboral hizo estragos en todo el país, también en Zaragoza. Entre ellos, en la empresa belga ‘Van Hool’, fabricante de carrocerías para autobuses y en‘Laguna de Rins’, del ramo del metal. En ambas sociedades los trabajadores tenían la razón, pero se quedaron en la puta calle. En la primera de esas empresas, tras una asamblea que duró 5 horas, la empresa despidió a once obreros. La Magistratura de Trabajo declaró nulos los despidos. La empresa lo recurrió al Tribunal Central mientras se negaba a readmitirlos. Más tarde, el Tribunal Central, por una cuestión de procedimiento, anuló todas las actuaciones anteriores. Se volvió a repetir un juicio, con idénticos resultados. Y la empresa, en consecuencia, se negó a readmitir a los 11 trabajadores se quedaron  a la luna de Valencia, sin seguros sociales, ni poderse acoger al seguro de desempleo, ni colocarse a trabajar en otro sitio. En la segunda de las empresas, ‘Laguna de Rins’, los hechos arrancaban de diciembre de 1973, cuando un enlace sindical de esa empresa faltó una mañana al trabajo para asistir al entierro de 23 obreros que habían muerto carbonizados en el incendio de ‘Tapicerías Bonafonte’. La empresa le despidió por esa causa; pero el obrero ganó el juicio en Magistratura. Coincidió el recurso al Tribunal Supremo de la empresa con la incorporación del obrero al Servicio Militar. Tras licenciarse, la empresa siguió negándose a su readmisión. Por razones que se desconocen, la sentencia del Tribunal Supremo se traspapeló. Y pese a haberse pronunciado en junio a favor del trabajador, no llegó a Zaragoza hasta el día 3 de diciembre. La empresa volvió a denegar su reincorporación y tampoco le pagó sus salarios en todo ese periodo. Así estaban las cosas hace cincuenta años. Y así las he contado. Como sucede en los casinos, la banca siempre gana. De aquello ya solo queda polvo de hemeroteca.

 

viernes, 19 de diciembre de 2025

Leer la prensa, ¿para qué?


La prensa puede decir lo que le venga en gala. El problema, de existir, es para los tontos que la compran, la leen y más tarde hacen suyas las tonterías leídas como si fuesen dogmas de fe. Hoy, en un diario digital ultraderechista leo que “la princesa Leonor realiza su primer vuelo en solitario a bordo de un Pilatus PC-21  tres meses y medio después de que  empezara su formación militar en la Academia General del Aire de San Javier”. Puede que sea cierto, pero yo no me lo creo por una simple razón: no concibo que  con tres meses de academia se pueda cometer la locura de dejar volar en solitario a la heredera de la Corona. Se decía de su padre, el actual jefe del Estado, que era ‘el mejor preparado’. ¿Comparado con quién?  No cabe duda que, de ser cierto lo que ahora acabo de leer, su hija le ganaría por goleada y ya sería la “súper preparada” para llevar el timón de los destinos de España y de sus posesiones de ultramar, aunque de ultramar ya solo nos queda la isla de Perejil y la isla de Cabrera, que está abarrotada de esqueletos de franceses. Pero con la “suelta” (como se dice en el argot cuartelero a pilotar un avión), a la primogénita del Rey solo le falta montar en globo en solitario y dar en ese artilugio aerostático la vuelta al mundo en el plazo de una semana, teniendo en cuenta que los globos son de fácil manejo, que solo disponen de la cesta, el quemador y la vela (la parte del globo que se hincha de aire y consigue que se eleve) y que flota gracias al Principio de Arquímedes. De ese modo batiría el récord del inglés Phileas Fogg y de su ayudante  Picaporte,  según describió al detalle Julio Verne en 1872.  Los ciudadanos corrientes, los que llegamos a casa al caer la tarde, cansados de bregar y con restos de la grasa del taller en las uñas, nos sentimos felices sabedores de que nuestros destinos están en buenas manos. De niño me contaba el maestro que el ave que volaba más alto era el monárquico ABC, porque llegaba a destino desde Madrid en avión. Pero a ese pedagogo, que vivía en un pueblo de escaso vecindario, se lo entregaba el cartero con un día de retraso. Eso sí, siempre rodeado de un fajín como el de la Macarena en Viernes Santo.  En un pasaje de “Por el camino de Swann” cuenta Proust: “Lo que a mí me parece mal en los periódicos es que soliciten todos los días nuestra atención para cosas insignificantes, mientras que los libros que contienen cosas esenciales no los leemos más de tres o cuatro veces en toda nuestra vida”.  Pero yo añadiría que lo peor de todo es que, de entre todo el ramillete las noticias triviales de las que nos inundan a diario, lo que más nos interesa son las esquelas necrológicas.

 

jueves, 18 de diciembre de 2025

El tapón de la sidra

 

Todavía relaciono las navidades con el economato que había en la fábrica de azúcar en la que trabajaba mi padre, donde comprábamos los turrones y dos botellas de sidra ‘El Gaitero’, que era el ‘champán’ de pobres que tomábamos en casa: una por Nochebuena y otra por Nochevieja. Alguna vez, no muchas, alguien nos regalaba una botella de cava ‘semi-seco’, pero su sabor se me antojaba como lo más parecido a la ‘purga de Benito’, que nunca supe quién era ese señor, aunque no sé quién me aclaró que se trataba de cuando un tipo fue a la botica en no sé de qué villorrio para que le proporcionasen un purgante que recetado por el médico para aliviar su estreñimiento. Pro antes de que el boticario se lo sirviese, el cliente comenzó a sentir retortijones de tripas que presagiaban una inmediata necesidad de exonerar el vientre. Con prisas recogió el laxante y, antes  de pagarlo, se puso a correr a calzón quitado por el cercano y pedregoso barranco echando pedorretas como si fuese sobre una moto. Ya más aliviado, volvió a la botica y pagó su importe. Siempre le pedíamos a mi padre que dejase salir el tapón de la botella de sidra contra el techo, hasta que un día rompió una lámpara con la que mi madre estaba muy encariñada. Tuvimos que recoger algunos desconchados del techo que habían caído sobre el mantel. Un desastre que no impidió que celebráramos la cena con una tensa armonía. Por suerte, el besugo horneado todavía no había llegado a la mesa. Aquel tapón salió con la fuerza  de otr  corcho, del que salía del cañón de mi pistola de hojalata empujado por un resorte. La diferencia era que el tapón de la botella de sidra no tenía un cordel como el juguete. Estuve tentado de escribir una carta a los señores Valle, Ballina y Fernández, de Villaviciosa, para que incorporasen un chicote a los tapones de las botellas de sidra, pero mi padre me quitó esa peregrina idea de la cabeza. Si acaso -me indicó- la carta se la deberías escribir al doctor Franz de Copenhague para que la incorporase a la sección “Los grandes inventos del TBO”. Comprendí que tampoco era mala idea. La carta nunca llegué a escribirla. Han pasado muchos años y todavía me arrepiento de no haberlo hecho. Seguro que habría evitado que hubiese tantos tuertos.

 

miércoles, 17 de diciembre de 2025

Psicofonías en Los Jerónimos

 

 

Leo que ayer por la tarde se llenó el espacio de  San Jerónimo el Real con el funeral de Alfonso Ussía, el mismo templo donde se casó Alfonso XIII el 31 de mayo de 1906 y Manuel Azaña el 27 de febrero de 1929, con 23 años de diferencia. En aquel año, 1929, se produjo un intento fallido de poner fin a la dictadura de Primo de Rivera, instaurada mediante otro golpe de Estado 6 años antes. El principal incitador fue con el político conservador José Sánchez Guerra. Ya antes, en 1926, hubo otro intento para derrocar al dictador en 1926 con la ‘sanjanada’, donde participaron los generales liberales Valeriano Weyler y Francisco Aguilera, junto con destacados miembros de la "vieja política" como el reformista Melquiades Álvarez. Y pocos meses después se produjo el llamado ‘Complot de Prats de Molló’, un intento fracasado de invasión de España desde el Rosellón dirigido por el líder nacionalista catalán y antiguo militar, Francesc Macià y por su partido Estat Catalá, y en el que colaboraron miembros de la CNT. Pues bien en su artículo de hoy,“Oración por Alfonso Ussía”, Rubido aprovecha para soltar una anécdota de Eugenio d’Ors donde cuenta que dictaba un artículo a su secretaria y, al terminar, le pidió que lo leyese en voz alta. Una vez terminada la lectura, le preguntó: “¿Lo entiende usted?”. A lo que ella le dijo que sí. La respuesta de d’Ors no se hizo esperar: “Pues vamos a oscurecerlo”. Terminaba diciendo Rubido que “a un filósofo tal vez se le pueda perdonar la tentación de deslizarse por los vericuetos de lo críptico. Al periodista, no”. Ussía, desde luego, iba a lo directo. Sus artículos eran “rompedores” cuando se trataba de atacar sin misericordia, a veces hasta la grosería, a aquellos ciudadanos, sobre todo a los políticos de la izquierda, que no le caían en gracia. Y a veces también él ‘se deslizaba por los vericuetos de de lo enigmático’, pero sin la sabiduría de d’Ors, del que Josep Pla afirmó que “hablaba en cursiva”. D’Ors escribió su último artículo en Arriba el día anterior a su muerte. Se titulaba “Anatomía de la elegancia”. Y para no ser menos que Rubido con su anécdota, voy yo con la escrita por Fonxo Blanc en el libro El cementerio de Villafranca del Panadés” donde cuenta algo sobre la tumba donde fue enterrado d’Ors. Resulta que en 1917  d’Ors hizo una visita al cementerio de esa ciudad y quedó quedando de la tumba en la que se podía leer un enigmático epitafio: "A Matilde". Resulta que la tal Matilde era una pariente lejana suya, hija adoptiva de su bisabuelo, que se casó dos veces, Matilde pertenecía a una de las ramas hereditarias, en tanto que d’Ors pertenecía a la otra. El entierro de d’Ors en la tumba de Matilde no fue fácil, ya que tenía otros dueños, pero  el Ayuntamiento logró recuperar la titularidad del panteón, donde resultó que estaban enterrados el marido de Matilde, su madre y su padrastro, o sea, su bisabuelo. d’Ors, pese a haber sido de derechas, supo distinguir el buen gusto frente al energumenismo. Ussía, en cambio, se refocilaba hiriendo con rejón afilado a la gente de izquierdas, a la que  consideraba responsable de la muerte de su abuelo, Pedro Muñoz Seca, aunque hubiese nacido en  la posguerra. Ayer en Los Jerónimos pudieron escucharse hasta psicofonías de desconocida procedencia de las dos Españas enfrentadas, que no reencontradas, sin dar tiempo a que ninguno de los bandos pudiese cambiarse de acera. El intelectualismo  idealista orsiano era una cosa, los exabruptos gratuitos de Ussía, otra muy distinta. Nada que ver.