En su artículo de hoy en La Razón (“La farsa del cincuentenario de la Monarquía”) Luis María Anson señala que “el sanchismo reinante excluyó a Juan Carlos I del cincuentenario de la Restauración Monárquica, convirtiendo los actos en una farsa”. Y añade líneas más abajo que Felipe VI, en su discurso, olvidó recordar a su abuelo Juan de Borbón, “aquel hombre que --a criterio de Anson-- fue rey de derecho de España, se enfrentó durante 36 años a la dictadura desde el 16 enero 1941, fecha de la abdicación de Alfonso XIII, hasta el 14 mayo 1977, fecha de su propia abdicación”. Vamos a ver si somos serios de una vez y ponemos cada cosa en su sitio. Alfonso XIII perdió la corona el mismo día que se marchó cobardemente de España, el 14 de abril de 1931. Ese día se trasladó a Cartagena; y allí, esa misma noche, tomó un barco que le apeó en Marsella donde comenzó su exilio, para no regresar jamás. Atrás quedaba un balance negativo: la Semana trágica de Barcelona, el desastre de Annual y el golpe de Estado de Primo de Rivera respaldado por ese monarca, quizás su mayor desacierto. Y como cada acción tiene su reacción, el 17 de agosto de 1930 en el llamado Pacto de San Sebastián se reunieron en esa ciudad vasca representantes de casi todos los partidos republicanos españoles, donde acordaron poner fin a la Monarquía y proclamar la Segunda República Española. En octubre de 1930 a aquella alianza se sumaron en Madrid, el PSOE y UGT. Alfonso XIII, como digo, con su apoyo al dictador había violado y dejado en suspenso la Constitución de 1876. Seamos claros: a Alfonso XIII España no le debe nada; a su hijo Juan, tampoco; y a su nieto, Juan Carlos I, puesto a dedo por Franco, menos. La democracia llegó a este país por el empeño de todos los españoles. En efecto, Juan Carlos I heredó todos los poderes del sátrapa y tuvo que desprenderse de esa “pesada mochila” si deseaba permanecer y no tomar, como su abuelo, otro billete de ida a Cartagena. Todo lo demás son pamplinas y hablar por no callar. Pero antes de terminar, le recuerdo a Anson que ni siquiera Álvaro de Figueroa, el político que fue más fiel a Alfonso XIII, estimó otra salida que no fuera su exilio; y que durante toda la guerra civil, tanto el rey sin corona como su hijo Juan se posicionaron a favor de los sublevados. Digo más: su nieto, el Emérito, no paga impuestos en España desde que se marchó a vivir a la isla de Nurai (Abu Dabi) rodeado de lujo, tranquilidad y un alto grado de anonimato. Por eso digo que a los Borbones nada les debemos los ciudadanos españoles, entre los que yo me encuentro.