miércoles, 20 de noviembre de 2024

La nube

 

 

La niña de blanco y rojo, vestida de monaguillo, cabalga sobre una nube de algodón color ceniza. Debajo queda la estampa quieta de niños desnudos pintados de Mediterráneo por Sorolla. A lo lejos, una locomotora silba con aires de cansancio. Es inútil que el tiovivo siga dando vueltas sobre su eje. Los caballitos parecen de fotógrafo de glorieta abandonada. La infancia quedó registrada en una  libreta escolar y en un ramillete de fotos sepia y olor a naftalina. Amo los pleonasmos y su innecesaria redundancia. Si, la nieve siempre es blanca y las penas son espesas. De nada sirve beber un trago de anís  'Machaquito' para olvidar algo que siempre se reaviva oliendo un perfume, o descubrir una hoja de tilo liofilizada entre las páginas de un libro desencuadernado por la desidia en los traslados. Yo no sé dónde van las nubes. Se alejan todas las noches y regresan al alba con otros matices. Conocemos la historia que nos han contado en fascículos semanales, o sea, la sexualidad del avestruz, el ensamblaje de una librería, la etiología del catarro común, o la reconversión  agrícola en Guatemala. Pero a la niña de blanco y rojo, vestida de monaguillo, esas cosas le traen sin cuidado.

--Oiga, amigo, ¿le importa que moje en su café?

--Hombre, no sé…

Don Venancio Echegaray, cliente diario del ‘Café Praga’ ignora que Navaggiero fuese el que convenciera a Boscán de que incorporase el endecasílabo a la métrica española. Cuando se lo cuento, se encoje de hombros. Tampoco le interesa dónde van las nubes de algodón ni la pata de palo cuando entierran al difunto. Como de costumbre, don Venancio deja un churro metido en el café con leche y abre las páginas de ABC por la sección de obituarios. La mañana transcurre mansa y llena de arcanos herméticos. Nunca se sabe cómo acabará el día.

 

martes, 19 de noviembre de 2024

Imaginad

 

 

No es necesario que me recordéis a todas horas que a veces el camino suele valer más que la posada. Sin embargo, imagine el lector una capa circense con unos espectadores muy separados de la pista, donde un  liliputiense  domador en un alarde de valentía controla con el chasquido de su látigo a unos tigres que luego resultan ser gatos; y que los gatos terminan por comerse al domador. Imaginad una dama distinguida repartiendo prendas de abrigo a los pobres, que a todas las prendas les falta un trozo de tela en la espalda, y que lo justifica diciéndoles a los que están inopes que con esos retales confecciona trajes para la Inclusa. Imaginad a un señor que celebra todos sus aniversarios sacando con una copa de cristal agua de un charco donde se refleja la luna. Imaginad a un indeseable patrono pidiendo sumisión a los obreros a cambio de un sueldo de hambre. Imaginad a Estrellita Castro, que en paz descanse, entrando en una destartalada pensión frente al Hotel Colón de Sevilla intentando corresponder con su saludo al portero de noche con la sonrisa de una estrella que usa jabón de tocador “Lux”. Imaginad que al agricultor romántico se le ocurriese cultivar remolacha azucarera en Aragón cuando ya no quedan ingenios del azúcar. Imaginad a un escritor pretendiendo meter el folio en blanco en la parte trasera del tricornio acharolado de un guardia civil para escribir un relato. Imaginad a unos números de la Policía Local montando en caballos de cartón durante la procesión del Corpus. Imaginad a Jorge Azcón con un farol lleno de barquillos en la playa de Salou gritando a los acangrejados turistas: “¡Rico parisién!”. Todo podría ser. La realidad supera a la ficción. No hay nada tan expresivo como la cara de un niño al que se le ha roto el globo, unas niñas saltando a la comba el “cocherito leré”, o una ráfaga de claridad en una dudosa atardecida.

 

lunes, 18 de noviembre de 2024

Sobre lo espontáneo

 

Cuando voy a alguna casa lo primero que miro es si en ella hay libros aunque sea en ediciones de bolsillo. No me sirve que en la sala haya un aparador con trofeos de juego de guiñote de taberna sobre un cursi tapete de ganchillo, o esas tonterías que regalaban las cajas de ahorro, casi todas de ámbito regional con duras tapas de cartoné, poco contenido y temas intrascendentes, o una docena de enciclopedias obsoletas a la hora de precisar hacer una consulta. Ayer comentaba que en el zaragozano barrio de Arrabal se había hecho un homenaje a Jorge Ibor, alias Cuello Corto, héroe de los Sitios, por parte de una asociación de vecinos de ese barrio. Según supe, se había aprovechado la efeméride para dar el nombre de Carlos Melús, sacerdote amigo de todo lo relacionado con los Sitios, a una minúscula plazuela en el cogollo más antiguo de ese barrio y que pasará a denominarse en el callejero oficial como “replaceta de Carlos Melús”. Me llamó la atención la palabra “replaceta”, que busqué en el diccionario de “Casares” sin encontrarla, aunque sí me  apareció en el cuarto tomo del “Sopena” y en el Diccionario de la RAE donde era considerada como un aragonesismo a mi entender en desuso. Me sucedió algo parecido cuando escuché la palabra “encorrer”, también de uso común en Aragón, equivalente a “perseguir” y que no está admitida a día de hoy en ese Diccionario. Lamento no poder contar con la sabiduría del filólogo e ilustre zaragozano (de la calle Predicadores nada menos) Fernando Lázaro Carreter y “El dardo en la palabra” que tantas cosas me aclaró. Nos dejó hace veinte años y sus cenizas reposan en el cementerio de Magallón, el pueblo de sus progenitores. Aquellos artículos semanales de los que mucho aprendí aparecieron, primero de la mano de Jesús de la Serna en el diario vespertino Informaciones, después en El País, animado por Luis María Anson al poco de ser nombrado director de la Agencia EFE. En el prólogo de un libro recopilatorio de sus “Dardos” (Círculo de Lectores, 1997) pude leer algo que me hizo reflexionar: “Tan espontaneo es el ‘andé’ del niño como el ‘anduve’ de la madre que lo corrige; simplemente, ésta actúa en un nivel cultural superior”. En definitiva, si a Carlos Melús el Ayuntamiento de Zaragoza le dedica una plazuela, valga el término replaceta. A todas las cosas, también las palabras, que en su día fueron de utilidad por estar incluidas en el lenguaje coloquial, se les puede dar una segunda vida. Y si para lograrlo hay que ‘encorrer’ a alguien, se le ‘encorre’ a calzón quitado, aunque tal vocablo no exista formalmente, como le sucede a la palabra "flamenquín", un plato típico de la ciudad de Bujalance, en la provincia de Córdoba, creado en la taberna El Gallo y cuya palabra no desea la RAE que sea incluida en el Diccionario de la Docta Casa por razones que desconozco.

 

domingo, 17 de noviembre de 2024

En recuerdo de "Cuello Corto"

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Se conmemoraba hoy el ducentésimo decimosexto aniversario de la muerte de Jorge Ibor, alias Cuello Corto, labriego del barrio de Arrabal, héroe de los Sitios y al que Palafox nombró capitán de la Compañía de Escopeteros de ese barrio, y esta mañana he escuchado aporreo de tambores y a una banda de música vestida como de guardiamarinas interpretando música militar. Entre el grupo de acompañantes había un señor portando un estandarte, otro de más edad vestido a la usanza de principios del XIX, alguno con bicornio y uniforme de cuando Fernando VII usaba paletó y un rabo de ciudadanos sin mejor cosa que hacer acompañando a esa “Santa Compaña” silentes y circunspectos. He echado en falta alguno revestido de Palafox  o  de barón de Warsage, o de Agustina Zaragoza, o de religiosos como Basilio Boggiero o  Santiago Sas, a los que asesinó un piquete de lanceros en el Puente de Piedra y después los tiraron al Ebro. Jorge Ibor se enfrentó en el barrio de Casablanca a las tropas mandadas por el general Lefebvre. Falleció víctima de la epidemia de tifus el 15 de noviembre de 1808, a la edad de 53 años, y sus restos reposan en la capilla del Colegio de los Trinitarios, en el panteón familiar del marqués de Lazán, Luis Rebolledo, cumpliendo la voluntad de su hermano José Palafox. Cuando se habla sobre la Guerra de la Independencia no acabo de entender para qué sirvió tanto sufrimiento de un pueblo entonces casi analfabeto manejado por unos curas trabucaires. Aquí nunca se habla de los galeones atracados en Cádiz y repletos de franceses cautivos apresados en la batalla de Bailén, que fueron llevados a la isla de Cabrera para dejarlos a su suerte, sin comida, con muy poco agua, y que murieron de la peor forma imaginable y donde hubo hasta situaciones de antropogafia. Por otro lado, en la huida hacia el norte de las tropas francesas a cargo del general Pierre-Antoine Dupont de l'Étang, desobedeciendo a sus mandos,  esas tropas, como digo, cometieron todo tipo desmanes, incluyendo saqueos, violaciones, profanaciones de iglesias, robos de cosechas y de ganado y hasta algunas casas campesinas fueron incendiadas. Tampoco se entiende el ansia popular de traer a la Corte al peor Borbón, si es que hubo alguno bueno, que ha tenido España. Los “Episodios Nacionales” de Galdós constituyen una forma novelada y poco rigurosa de contar aquellas historias. El que realmente conoció casi todo el siglo XIX, al menos lo acontecido en Madrid, que tenía 5 años el malhadado 2 de mayo de 1808, y que ese día se abrió una brecha en la cara al toparse con una reja en la madrileña puerta de su casa de la calle del Olivo, fue Ramón de Mesonero Romanos (hijo de una mujer nacida en Moros, provincia de Zaragoza) y que murió con 82 años. Por otro lado, el rey José Bonaparte I fue sometido a todo tipo de insultos por un populacho  proclive a malmeter. Se le llamó “Pepe Botella”, el “Rey de Copas”, “El Tuerto” y “Rey Intruso” cuando es sabido que no era tuerto ni borracho ni ludópata. Esos motes fueron debidos a dos órdenes por él firmadas en febrero de 1809 sobre la liberalización de la fabricación, circulación y venta de naipes y por desgravar la venta de aguardientes, respectivamente. La galofobia lo invadía todo. José Napoleón I dejó de ser rey de España el 11 de diciembre de 1813 y murió en Londres el 28 de julio de 1844. Siguiendo sus deseos fue enterrado con el Toisón de Oro alrededor de su cuello, una distinción que se había otorgado a sí mismo cuando fue rey de España. Su mujer, Julia Clary (que no pisó nunca este país) falleció en Florencia ocho meses después. No quiero terminar sin señalar que existe un parque en Zaragoza dedicado al escopetero Jorge Ibor, donde hay una escultura obra de Ángel Orensanz, y en el que cada año se celebra la "cincomarzada" en recuerdo de unos sucesos acaecidos en 1838 entre isabelinos y carlistas.

 

sábado, 16 de noviembre de 2024

Burricie

 

Hace menos de un mes una moción de censura de concejales de PSOE, Nos Movemos por Toro y Futuro levantaron de su poltrona en el gobierno de Toro, la tercera ciudad de la provincia de Zamora, a su alcalde del Partido Popular, Rafael González, y convirtieron a Ángeles Molina (PSOE) en la primera alcaldesa de la etapa democrática. Pues bien, ahora, el nuevo equipo de gobierno ha descubierto que Toro ha perdido la ayuda para restaurar el Alcázar (un millón de euros) por una negligencia imperdonable del anterior gobierno, al no atender un requerimiento del Ministerio de Industria y Turismo, según  ha confirmado la nueva concejala de Obras, Ruth Martín, quien, en mayo de 2023  (cuando ostentaba el mismo cargo) solicitó la subvención de acuerdo a las bases reguladoras del “programa de mejora de la competitividad y de dinamización del patrimonio histórico con uso turístico de la convocatoria de 2022”. Esa petición, en consecuencia, fue desestimada por inacción del anterior equipo municipal, al no atender el requerimiento de arreglo de defectos de la solicitud y no haber presentado en plazo y forma la documentación requerida en su día (abril de este año). Pero nadie se molestó en abrir el sobre de correos donde aparecía tal requerimiento de planimetría del edificio, sus antecedentes históricos, la justificación de la necesidad de su intervención y unas fotografías de la edificación, a fin de poder comprobar que el adarve tiene filtraciones y que se encuentra en muy mal estado el ala noroeste. La burricie de aquel alcalde negligente fue manifiesta. El Alcázar es de planta romboidal rodeada de un foso, posee siete cubos macizos situados en las esquinas y en la parte central de cada lienzo, realizados con forro de mampostería caliza. En el lado sur se abre la puerta de acceso al recinto, con portada del siglo XVIII, ocupando el lugar donde se ubicó la torre del homenaje demolida en el siglo XIX. Los restos de la puerta original se encuentran a la izquierda de la actual, lugar en el que se aprecia un arco cegado. Históricamente se sabe que tras la muerte de Alfonso VII de Castilla, Toro quedó en manos de su hijo, Fernando II. Su sucesor, Alfonso IX, entregó la Ciudad a su mujer, Berenguela, como dote de matrimonio. Ese rey otorgó a Toro su primer fuero en 1222 y mandó construir el Alcázar entre 1188 y 1195. Su hijo, Fernando III, fue coronado en el Alcázar como rey de León en 1230, lo que supuso la unión definitiva de ambos reinos. La forma posterior del Alcázar, que hoy prevalece, data de 1283, cuando Sacho IV donó Toro y su alfoz a su mujer, María de Molina. El Alcázar también fue testigo de las luchas por los derechos de sucesión de Enrique IV (1476) entre partidarios de su hermanastra Isabel y de su hija Juana. A mediados del siglo XIX el edificio se encontraba en pésimo estado de conservación tras haber sido utilizado como almacén de pólvora, matadero y cárcel. Un municipio, como es la histórica ciudad de doña Elvira, hermanada con Magallón y donde pasó sus últimos días el conde-duque de Olivares, no debería estar manejada por políticos a la violeta ni por caciques de novela costumbrista.

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

Sobre ensaladillas

 

 

Ignoraba que la ensaladilla rusa tuviese dedicado un día del año, en este caso cada 14 de noviembre, coincidente con el día de la muerte del inventor de la "ensalada Olivier" , Lucien Olivier, en 1883. Me entero por el diario ABC, que está en todo "por fuertes generalmente bien informadas", como se decía referido a noticias no muy contrastadas en la época del búnker. Recuerdo haciendo la mili en el CIR-10 (cuando la mili obligatoria se hacía con herrumbrosas lanzas) que todas las noches, antes de ir a dormir, nos formaban en la decimoquinta compañía del cuarto batallón para hacer un recuento, como si estuviésemos internos en el penal del Dueso, algo que no sufrían, al estar también exentos de hacer "imaginarias", aquellos que disponían de "pase de pernocta". Terminaba el sargento de semana con la coletilla de “minuta para mañana” seguido de "¿alguna reclamación al servicio?", donde anticipaba qué rancho se iba a comer al día siguiente, siempre en función del oficial manejase el tema de los aprovisionamientos. Es decir, unas veces mejor  y otras, peor. Nunca escuché que alguien de los presentes hiciese una reclamación. Se daba por hecho que todo era bueno y abundante. Cuando tocaba ensaladilla rusa se la denominaba “ensaladilla nacional”, como si la hubiesen inventado los cocineros de El Pardo. En aquel centro de instrucción de reclutas la palabra “Rusia” no estaba en el diccionario. Pues bien, Iván Plademut, cocinero del ‘restaurante Plademut’, de Alcalá de Henares ha ganado, como digo, el concurso de este año con su receta elaborada con los productos con el sello de calidad alimentaria de la Comunidad de Madrid. En su elaboración, según me he informado por Marta Carcelén Peñuela, emulsionan la mayonesa  con aceite de oliva y aceite de la conserva de ventresca de atún a partes iguales, zanahorias ecológicas, piparras, el toque de ‘tuile de anchoas’ y demás guindaleras, o sea, una galleta crujiente fina a base de aceite de anchoas a modo de peineta, como las que llevan sobre la cabeza las coplistas postineras. Haría falta saber qué diría al respecto su inventor, que en 1864 dio nombre a la ‘ensalada Olivier’, que tal es su verdadero nombre. Aquel año, en el restaurante ‘Hermitage’ de Moscú, Olivier observó cómo un cliente mezclaba un rosario de ingredientes, algo que le pareció una auténtica aberración culinaria. Como venganza, al día siguiente decidió combinarlos todos: hortalizas, carnes de caza, marisco, patatas y una salsa secreta similar a la mayonesa. Muchos cocineros de Moscú pretendieron imitar verdadera receta sin conseguirlo. No daban en el quid porque Olivier la hacía a escondidas. Pero resultó que un pinche de cocina, Iván Ivanov, le espió y posteriormente contó lo que había visto al dueño de un restaurante de la competencia, que inmediatamente comenzó a ponerlo en práctica en sus cocinas. Pero el “ingrediente secreto” no pudo ser imitado por el infiel marmitón y a los clientes aquella ensaladilla “copiada” no les sabía igual que la del “Hermitage”. En realidad, aquella receta, o, una muy parecida, parece ser que ya existía. En un recetario inglés del cocinero de la reina Victoria, Charles Elmé Francatelli, editado en 1845 y titulado ‘The Modern Cook’, se ha hacía referencia a una ensaladilla que incluía langosta, anchoas, atún, cangrejos, gambas, aceitunas rellenas, alcaparras y mayonesa roja, bordeando el plato con verduras cocidas. Y antes de la aparición del conocido libro de Francatelli,  en 1856 salió de la imprenta otro libro, “La cuisine classique”, de Urbain Dubois, inspirador de muchos platos de Ángel Muro, el mejor cocinero (“cocinólogo”, según Xavier Domingo) del siglo XIX en España y del que hasta hace poco se sabía poco de su biografía. Unos suponían que era gallego (Domingo, Montalbán), otros, que riojano (Martínez Llopis), o andaluz (Luján) y hasta dudaron de su segundo apellido, que erróneamente pensaban que era Carratalá. Pues no, su segundo apellido era Goiri, que había nacido en Madrid, en la Carrera de San Jerónimo, donde vivían sus padres (él, riojano y ella, manchega) y bautizado en la parroquia de San Sebastián (donde se había casado Bécquer en 1860 con Casta Esteban). Antes de su muerte en Bouzas (Pontevedra) en 1897, Muro dejó en prensa (según él mismo anunció) “Lo que comen los ministros”, “Monografías gastronómicas”,  Lo que comen los Concejales” y un “Opúsculo dedicado al vecindario de Madrid”, pero todavía se desconoce su paradero. Sobre aquel ingeniero, periodista y gastrónomo sin par consta la inscripción en la parroquia de Bouzas de una niña bautizada el 22 de agosto de 1897, “hija de incógnito y de Dolores Barberá Pérez. Él era su padre, muerto nueve días antes sin haber hecho testamento y negándose a recibir los últimos sacramentos, solo la “absolución sub coditione”. Separado de su mujer, Céline Renooz, nacida en Lieja, ésta vivía en París dedicada a la difusión fanática de ideas ultrafeministas. Escribió varios libros de sicología y empirismo. Tuvo cuatro hijos y murió en 1928.

 

jueves, 14 de noviembre de 2024

Comedia ligera

 



Una de las cosas más importantes de la casa es disponer de una tostadora. A media mañana colocas una rodaja de buen pan de hogaza en la ranura del artefacto para que se temple un poco y solo queden crujientes los bordes del pan, la untas con un buen tomate de Zaragoza, de esos que tienen el tamaño de un moño de anciana gitana, le añades un chorrito de aceite de oliva suave, no hace falta que sea virgen ni mártir, la acompañas con unas rodajas  de chorizo picante de Mansilla de las Mulas, medio vaso de vino tinto “tempranillo” de Valdepeñas fresco y ya tienes un traje con faralaes dispuesto para bailar "cuando paso por el puente, Triana vida mía..." en el Altozano. No hace falta que el vino sea caro. Eso lo dejo para los nuevos ricos y para los horteras de bolera.  Con un “Conde de Egara” es suficiente. Es un vino elegante, barato y rompedor.  Nada de tomarlo en una mesa. Mejor de pie, como el que dice una misa, y con el platillo blanco, el platillo tiene que ser blanco y de loza como un traje de novia, sobre el trinchante de la cocina. Cuando lo tengas todo preparado, le solicitas a “Alexa” que deseas escuchar una canción de Cesárea Évora, por ejemplo “Carnaval de Sao Vicente” o “Angola”. Miras por la ventana, ves llover y a la gente refugiada bajo un paraguas de esos de los chinos que tapan poco y se rompen cuando hace viento. Es entonces cuando te das cuenta de que eres un privilegiado de lo sencillo. Se necesitan pocas cosas para hacerle a uno feliz. Después te acomodas en un sillón y continúas leyendo el libro que tienes entre manos, en mi caso el comienzo del capítulo 8 de “Una comedia ligera”, de Eduardo Mendoza, que comienza: “José Felipe Clasiciano, el melifluo  poeta modernista, solía hospedarse en un sencillo hotel situado en las inmediaciones de la Puerta del Ángel y frecuentado por subalternos de la fiesta brava…”, hasta que suena el maldito timbre del teléfono. Una voz de mujer me pregunta si deseo cambiar mi cuarto de baño. No le contesto y cuelgo cabreado. La habría envenenado con matahormigas por entrar en mi casa por la línea telefónica como los virus entran en el cuerpo, ora por los poros, ora por la boca, ora por la minga, sin pedir permiso.  Esa vendedora de duchas y retretes acaba de romper mi sosiego. Los vendedores ya no llaman a la puerta como antes para vender enciclopedias o biblias. Ahora penetran por el teléfono para estafarte o para intentar vender cualquier artilugio que ni te va ni te viene. No entiendo la manía que le ha entrado a la gente por cambiar el cuarto de baño, desprenderse de la bañera de toda la vida y colocar  en su lugar una cabina con una ducha con no sé cuántos chorrillos relajantes. Las ‘ventas online’ ahorran a los mercaderes mucha suela de zapato y son difíciles de erradicar, como sucede con las ladillas si no se usa el ‘Ladillol’ de los Laboratorios Orzán, con las purgaciones de garabatillo,  las escandalosas orquitis, o la legión de moscas anidadas en la bragueta de los diabéticos seniles mediante el sacramento de la penitencia si no va acompañada la absolución por parte del cura de un frasquito con tapón de baquelita conteniendo el milagroso aceite inglés.