Hay que tener cuidado cuando alguien te toma el número cambiado. Las consecuencias pueden ser impredecibles. Recuerdo una ocasión cuando tomando un vaso de vino se me acercó una mujer de mediana edad, me dio conversación sin venir a pelo con el aliño de toda clase de parabienes hacia mi persona. Ella hablaba y hablaba…Y yo no entendía nada. Hasta que me aclaró el camarero que aquella mujer, a la que no había visto nunca, me estaba confundiendo con el delegado de ‘Cáritas’ en Zaragoza. Y en un libro de Rafael Flórez (contertulio en “Pombo”, amigo de Ramón Gómez de la Serna y uno de los pocos escritores que siempre se atrevieron a reivindicar a los escritores del falangismo disidente, estigmatizados por sus orígenes ideológicos, como Pedro Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo o Luis Rosales) pude leer que en 1936 fue detenido equivocadamente en el madrileño ‘Café de las Salesas’, en Chamberí, Antonio Machado, al que unos milicianos confundieron con un sacerdote camuflado. Por aquellos trágicos días no valía solo ser de izquierdas en Madrid sino también parecerlo. Pero nadie lo llevaba escrito en la frente. Por eso, como decía, conviene extremar las precauciones cuando alguien te toma el número cambiado, sobre todo si aquel que te confunde tiene poco que perder. De nada sirve intentar mantener las distancias con quien no conoces. Aquellos milicianos que confundieron a Antonio Machado con un cura camuflado pudieron llegar mal lejos, o sea, detenerlo en mor de la “justicia popular” y llevarlo conducido al sótano tétrico y siniestro de una checa como antesala de la muerte. No olvidemos que a comienzos de la Guerra Civil llegó a haber 345 checas en Madrid (4 checas por kilómetro cuadrado). En esos primeros días de julio de 1936, los ‘chequistas’ madrileños habían asesinado al 30% de la policía y éstos los sustituyeron de inmediato. Lo primero que hicieron fue ocupar lugares emblemáticos, como el “Cinema Europa” o el “Círculo de Bellas Artes”, incluso conventos. En aquella “labor de zapa” para detener y encarcelar de forma aleatoria a cualquier vecino fueron, en gran parte, los porteros de las fincas los que llevaron a cabo un vil papel mediante “soplos” para las correspondientes detenciones, algunos de forma voluntaria y otros por odio, por envidia, o por miedo. Y por aquello de “ir por atún y ver al duque”, aquellos descerebrados milicianos aprovechaban el timbrazo en la puerta para penetrar y llevarse, además de al detenido, lo que les apetecía del domicilio. Luego lo revendían. ¿Cabe mayor abyección?