A mí me gustaría saber qué baturro de patio de vecindad canta el Himno de Aragón por estos páramos. La letra es fruto de los poetas aragoneses Ildefonso Manuel Gil, Ángel Guinda, Rosendo Tello y Manuel Vilas; y la música, de Antón García Abril. De todos ellos solo queda vivo uno, de milagro. A mi entender no tiene raigambre popular ni lleva camino de tenerla ni es la expresión de un pueblo, no sabemos de cuál, ni de que diócesis ni si es de secano o de regadío. Se interpretó por primera vez el 22 de abril de 1989 en el Patio de santa Isabel del palacio de la Aljafería para dar cumplimiento a la Ley 3/1989, de 21 de abril. Todo muy bueno y muy abundante, como lo fue el hecho de poner escudos y banderas a todos los pueblos aragoneses con unos criterios, para mí discutibles, de la Cátedra “Barón de Valdeolivos”, que es como la Begoña Gómez pero con más retranca y rimbombancia, dependiente de la Institución ‘Fernando el Católico’, que su vez depende la Diputación Provincial de Zaragoza (DPZ) y etcétera, etcétera. Esa baronía es un título nobiliario oriundo de Fonz (Huesca) creado por Carlos III en 1765 a favor de Pascual Antonio Ric Exea y que desde 2020 ostenta el tarraconense Miguel Ángel Fuster Gómez del Campo. Pues bien, la letra de ese himno comienza de la siguiente manera: “Nos ha llevado el tiempo al confín de los sueños. / Un nuevo día tiende sus alas desde el sol. / Oh tambores del cierzo, descorred ya las nubes / y a las cumbres ascienda la voz…”, que traducido al lenguaje coloquial viene a decir poco más o menos, eso sí, tremolando honores: “chúpame la minga, Dominga, que vengo de Francia”. En fin, es la hora del vermú y no lo perdono si va escoltado de dos gildas verdes como el trigo verde, del verde, verde limón, o del color, también, del verderol y de la capa de correría con cogotera de los guardiaciviles provistos de naranjero. Ya he recortado la foto del Heraldo en la que aparece la folclórica alcaldesa Chueca con un rural vestido de mudar de finales del siglo XIX. ¡Qué mantón de la China, na! ¡Qué tipazo! ¡Lástima que la foto no tenga de fondo al genovés y las tres carabelas! Ya solo falta que en la tienda de debajo de mi casa la enmarquen con una orla de brillantes y coronas. La podré sobre mi escritorio para que me inspire cuando tome la decisión de escribir serventesios, alejandrinos monorrimos y sonetos con estrambote, que todo se andará si me lo permiten las estridencias de tambores del cierzo.