viernes, 5 de abril de 2019

Dejemos de marear la perdiz



Mis nietas Candela y Olivia me regalan un librito que acabo de leer en un plis plas. Se trata de “Francisco Franco era republicano… (Y su familia también)”, de Elena Rubio Viu. Se trata de la segunda edición de un trabajo publicado en 2018 por la Fundación ECUUP con subvención del Gobierno de Aragón, a través de una convocatoria pública por la que se convocaban ayudas para proyectos de recuperación de la Memoria Histórica en Aragón para el año 2018 (Orden ECD/262/2018, de 9 de febrero). Lleva prólogo de José Matesanz. Se trata de una saga familiar desgarradora, donde los protagonistas son perdedores de la Guerra Civil. Elena Rubio hace un trabajo de recopilación con hechos descritos por sus familiares vivos y con la ayuda prestada por diversos organismos con la aportación de pruebas, hasta conseguir crear una trama genealógica que parte de su tatarabuelos, Lorenzo Franco Giménez e Isabel Escanero Sancho, los cinco hijos habidos en ese matrimonio, Rafael, Víctor, Petra,  Javiera y Francisco, níetos, etcétera, todos ellos vecinos de Sariñena (Huesca) y envueltos en una pesadilla terrorífica como consecuencia del golpe de Estado de 1936, que les obligó a huir a Francia, terminando en el campo de concentración de Argelès-sur-mer. Algunos familiares retornaron a España, a Sariñena, y sufrieron penas de prisión;  otros lucharon en la resistencia francesa, fueron detenidos por los alemanes al sobrepasar los nazis la Línea Maginot y enviados a diversos campos de exterminio. En concreto, Francisco Franco Escanero, tío bisabuelo de la autora del libro, pasó por Gusen y terminó sus días en el campo de Mauthausen. Elena Rubio nombra a Manuel Leguineche, donde en su libro “El precio del paraíso” le dedica unas líneas: “Robamos a un español que trabajaba en una de las cocinas principales. Era tan buen español como cocinero. Un tal Franco, de Zaragoza, de unos 30 años de edad. El zaragozano recibió instrucciones terminantes de sus jefes: ‘al que robe algo, le pegas un tiro’. Le robamos un  día diecisiete salchichones en cinco minutos. Él lo sabía y no dijo nada nunca”. Es una lástima que los documentos aportados en un anexo sean de muy difícil lectura. Además de ello, a mi entender, la autora tiene “novelados” algunos episodios de aquel largo y triste peregrinaje, como la llegada de su familia a Colliure y su paso por el Hotel Quintana donde les ofrecen techo a cambio de trabajo, y donde también coinciden con Antonio Machado, algo que se me antoja como un añadido innecesario y de poco rigor. Machado pasó la frontera el 27 de enero de 1939 y su exilio sólo duró 27 días. El 5 de febrero la cruzaba Manuel Azaña, Companys y José Antonio Aguirre. De ellos nada se cuenta.  Hombre, ya puestos… A mi entender, las ayudas públicas para proyectos de recuperación de la Memoria Histórica que concede el Gobierno de Aragón deberían enfocarse  de otra manera. Casi todas las familias españolas han tenido parientes por línea directa represaliados, encarcelados o fusilados en la Guerra Civil o durante el franquismo. Aquí no se salvó ni dios. En rigor, si algo apremia es levantar restos de fosas, de barrancos,  de pozos, de páramos, y de exteriores de tapias de cementerios. Sólo entonces tendrán  sentido conceder ayudas con el dinero de todos. El resto es marear la perdiz. Con el triunfo de la vulgaridad ya sabemos que a Dios se le viste de alabardero y al sátrapa se le lleva bajo palio cuando penetra en las catedrales. Pero no es eso, no es eso...

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