Mis nietas Candela
y Olivia me regalan un librito que
acabo de leer en un plis plas. Se trata de “Francisco
Franco era republicano… (Y su familia también)”, de Elena Rubio Viu. Se trata de la segunda edición de un trabajo
publicado en 2018 por la Fundación ECUUP
con subvención del Gobierno de Aragón, a través de una convocatoria pública por
la que se convocaban ayudas para proyectos de recuperación de la Memoria Histórica
en Aragón para el año 2018 (Orden ECD/262/2018, de 9 de febrero). Lleva prólogo
de José Matesanz. Se trata de una
saga familiar desgarradora, donde los protagonistas son perdedores de la Guerra
Civil. Elena Rubio hace un trabajo de recopilación con hechos descritos por sus
familiares vivos y con la ayuda prestada por diversos organismos con la
aportación de pruebas, hasta conseguir crear una trama genealógica que parte de
su tatarabuelos, Lorenzo Franco Giménez
e Isabel Escanero Sancho, los cinco
hijos habidos en ese matrimonio, Rafael,
Víctor, Petra, Javiera y Francisco, níetos,
etcétera, todos ellos vecinos de Sariñena (Huesca) y envueltos en una pesadilla
terrorífica como consecuencia del golpe de Estado de 1936, que les obligó a
huir a Francia, terminando en el campo de concentración de Argelès-sur-mer.
Algunos familiares retornaron a España, a Sariñena, y sufrieron penas de prisión;
otros lucharon en la resistencia francesa,
fueron detenidos por los alemanes al sobrepasar los nazis la Línea Maginot y enviados a diversos
campos de exterminio. En concreto, Francisco
Franco Escanero, tío bisabuelo de la autora del libro, pasó por Gusen y terminó
sus días en el campo de Mauthausen. Elena Rubio nombra a Manuel Leguineche, donde en su libro “El precio del paraíso” le dedica unas líneas: “Robamos a un español que trabajaba en una de las cocinas principales.
Era tan buen español como cocinero. Un tal Franco, de Zaragoza, de unos 30 años
de edad. El zaragozano recibió instrucciones terminantes de sus jefes: ‘al que
robe algo, le pegas un tiro’. Le robamos un
día diecisiete salchichones en cinco minutos. Él lo sabía y no dijo nada
nunca”. Es una lástima que los documentos aportados en un anexo sean de muy
difícil lectura. Además de ello, a mi
entender, la autora tiene “novelados” algunos episodios de aquel largo y triste
peregrinaje, como la llegada de su familia a Colliure y su paso por el Hotel Quintana donde les
ofrecen techo a cambio de trabajo, y donde también coinciden con Antonio Machado, algo que se me antoja
como un añadido innecesario y de poco rigor. Machado pasó la frontera el 27 de
enero de 1939 y su exilio sólo duró 27 días. El 5 de febrero la cruzaba Manuel Azaña, Companys y José Antonio
Aguirre. De ellos nada se cuenta. Hombre, ya puestos… A mi entender, las ayudas
públicas para proyectos de recuperación de la Memoria Histórica que concede el
Gobierno de Aragón deberían enfocarse de
otra manera. Casi todas las familias españolas han tenido parientes por línea
directa represaliados, encarcelados o fusilados en la Guerra Civil o durante el
franquismo. Aquí no se salvó ni dios. En rigor, si algo apremia es levantar
restos de fosas, de barrancos, de pozos,
de páramos, y de exteriores de tapias de cementerios. Sólo entonces tendrán sentido conceder ayudas con el dinero de
todos. El resto es marear la perdiz. Con el triunfo de la vulgaridad ya sabemos
que a Dios se le viste de alabardero y al sátrapa se le lleva bajo palio cuando
penetra en las catedrales. Pero no es eso, no es eso...
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