Comenta hoy Carlos
García-Calvo en El Mundo (“Letizia
y la cursilería”) sobre la consorte real que “se está volviendo “Sicur” por momentos, no sólo por la
ropa que escoge, sino también por los peinados lamentables como el de ayer en
Alcalá de Henares que se llevaba a rabiar con el conjunto de vestido y abrigo
en gris y malva de Carolina Herrera
estrenado en Lisboa en 2016 y repetido ad
nauseam a partir de ese día”. Si les digo la verdad, a mí personalmente no
me interesa cómo viste la consorte real ni nada que haga referencia a su
persona, no ya por considerarme republicano hasta la médula, sino, también, por
el poco aprecio que le tengo a todo aquel que de trapo llega a toalla y no
encuentra clavo donde colgarla. Y mucho menos todavía me he fijado en la
consorte real durante la entrega de los Premios
Cervantes sino el discurso de Ida
Vitale, que constituía lo verdaderamente importante en ese acto. No obstante,
bueno será recordar a aquellas damiselas de Cádiz de apellido Sicur o Sicour (de origen francés) y según otros, apellidadas Tessi
Curt, que en el segundo tercio del siglo XIX imponían la moda
gaditana a pesar de sus conocidas extravagancias. Y con aquel apellido se hizo
un metaplasmo. Lo cuenta José María Iribarren
en su libro “El por qué de los dichos”.
Iribarren acude a numerosas fuentes para remachar lo que traslada al lector,
entre ellas a “Filocalia o arte de
distinguir a los cursis de los que no lo son”, de Francisco Silvela y Santiago
Liniers, y también al “Ensayo sobre
lo cursi” (Cruz y Raya núm. 16.- 1934) de Ramón Gómez de la Serna. También existe una copla (desconozco su
autoría) introducida en el libro se Iribarren, que reproduzco: “Han recibido desde París / las señoritas de
Tesi Cur / Tesicursi-sí / tesicursi-cur / lindos vestidos de canesú /y
capotitas de caneguí. /Tesicursi-cur/tesicursi-si. /Gastan en lujos un dineral /
las madamitas del papillón . / Tesicursi-tal /tesicursi-con. / Y desde Cádiz a
Puerto Real, /todos admiran su distinción. / Tesicursi-cursi-cursi, / tesicursi-cursi-pon”.
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