Las procesiones de Semana Santa, que deberían ser el
símbolo más patente del arraigo fervoroso de la gente que se siente cristiana,
bien participando de forma activa en las cofradías, bien contemplando los pasos
desde balcones y aceras, están tomando un cariz insultante para los que nos
sentimos demócratas. Ayer tarde, sin ir más lejos, pudo verse a José María Aznar, Ana Botella, José María
Barreda (expresidente de Castilla-La Mancha) y a Juan Ignacio Zoido (exministro del Interior y exalcalde de Sevilla)
ocupando un balcón para ver procesionar
la imagen de la Virgen de la
Caridad, de la hermandad de El Baratillo. Una imagen que era conducida
luciendo un fajín de Franco que en
su día fue donado por la hija del dictador. Pero ya existía un vergonzoso precedente:
procesionar a la Macarena con el
fajín del criminal de guerra Queipo de
Llano ante la mirada indiferente de la ciudadanía sevillana. Hoy, Jueves
Santo, ha desembarcado una Compañía de Honores del Grupo de Caballería Ligero
Acorazado “Reyes Católicos” de la Legión en el Pabellón de las Sorpresas de
Málaga. Su misión consistirá en desfilar por las calles y, posteriormente, procesionar
al Cristo de la Buena Muerte, de Pedro de Mena, mientras se entona “El novio de la muerte”, junto a serios
y circunspectos cofrades revestidos con
túnicas y capirotes de terciopelo negro. Creo que estamos sacando las cosas de
quicio. Sobra el espectáculo de la Legión en Málaga, y sobra, también, la
presencia de esos políticos cesantes apoyados en los barrotes de un balcón
sevillano en actitud provocativa (más propia de caciques rurales del siglo XIX que
de demócratas del siglo XXI) hacia aquello que representa la Ley de la Memoria Histórica y a
pocos días de unas elecciones generales. Preocupa el voyeurismo
parafílico de ciertos nostálgicos del franquismo cuando contemplan ojipláticos
fajines de militares golpistas ceñidos en la cintura de imágenes de vírgenes; y
que, inexplicablemente, les produce no
sabemos muy bien qué tipo de fantasías recurrentes.
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