La polémica está servida tras la decisión del grupo
que gobierna el Ayuntamiento de Zaragoza (ZeC) que preside Pedro Santisteve de no sacar la caballería en las procesiones de
Semana Santa. El Reglamento de Protocolo municipal no establece que esa cabalgadura
deba abrir paso en las manifestaciones religiosas. Los ediles del Partido Popular
entienden que esa medida es sectaria. De cualquier forma, que no se preocupen
los ediles de la derecha por si desfilan o no los caballos de la Policía Local.
Todo hace pensar que a partir del miércoles va a llover como cuando enterraron
a Bigotes y las procesiones, en
consecuencia, no saldrán en procesión. La concejala del PP, María Navarro, ha declarado que “ZeC no
es conocedor de la Semana Santa y la repercusión que tiene en esta Comunidad
Autónoma. Es una expresión popular declarada de Interés Turístico Internacional”.
Vamos, hablando en plata, que no es sólo una manifestación religiosa en sí
misma, sino también un espectáculo callejero que consiste en retumbar tambores por
encapuchados y mover peanas de aquí para allá, que contempla mucha gente
foránea y que produce importantes ingresos a la hostelería, casi tantos como
las fiestas pilaristas. Ahora ya lo vamos entendiendo. Vale, pero para todo
ello no es necesario que abran las procesiones unos guardias locales provistos
de sables y cascos con airón a lomos de caballos, porque ya metidos en harina
también podrían desfilar los maceros con tabardo de terciopelo y peluca; los
clarineros, los timbaleros y Corita
Viamonte interpretando “Violetas
imperiales” junto a las manolas de negro, peineta y rosario de nacarón. En
España cada desfile es un clamor y cada procesión, una hemorragia de enfermizo
fervorín donde priman los fastos sobre la eficacia. Pero no debemos olvidar,
tampoco, que España es un Estado aconfesional de acuerdo con la Constitución de
1978 (artículo 16.3). Y que la desconfesionalidad del Estado español vino
dada desde la propia Conferencia Episcopal, tras el Concilio Vaticano II, que
dispuso que no se debían conceder a las autoridades civiles ni derechos ni
privilegios de elección, nombramiento, presentación o designación de obispos,
al tiempo que estableció que la comunidad política y la Iglesia son independientes
y autónomas la una respecto a la otra. Pese a ello, asombra que durante la
etapa de don Tancredo, el anterior
presidente del Gobierno, la ministra de Empleo, Fátima Báñez, se encomendase a la Virgen del Rocío para salir de la crisis; que el ministro del
Interior, Jorge Fernández Díaz, asegurara
que Santa Teresa intercedía por
reste país en la recuperación económica; que el expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, jurase su cargo con la
mano sobre la Biblia; que todavía existan crucifijos en las paredes de las
escuelas concertadas, que haya funerales de Estado presididos por el rey,
etcétera. Lo primero que tienen que hacer los gobernantes españoles es aclarar
sus ideas, que no es poca cosa. Lo segundo, darse una vuelta por Francia; eso
sí, con dinero de su bolsillo. Cuando termino de escribir estas líneas me
entero de que está ardiendo la catedral
de Notre Dame. Las llamas arrasan 850 años de historia en arquitectura,
pintura y escultura. Eso sí me produce abatimiento.
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