miércoles, 3 de abril de 2019

Sembrar cizaña



El fenómeno caciquil se ilustra perfectamente con la anécdota del cacique de Motril, en la provincia de Granada. Cuando llegó el resultado de las elecciones, se lo llevaron al Casino del pueblo. Lo ojeó y, ante los expectantes correligionarios que lo rodeaban, pronunció las siguientes palabras: “Nosotros, los liberales, estábamos convencidos de que ganaríamos las elecciones. Sin embargo, la voluntad de Dios ha sido otra. Al parecer, hemos sido nosotros, los conservadores, quienes hemos ganado las elecciones”. Eso viene a cuento con lo referido en el artículo de hoy de Antonio Burgos en las páginas de ABC. No era exactamente como él lo cuenta. Eso se decía de Romero Robledo, cuando “un voto valía un duro”; y con Natalio Rivas, con un jamón de Trevélez para el cacique local que influía en el resultado de la Alpujarra, o al menos eso afirmaba el periodista Gabriel Pozo Felguera. Por otro lado, fue a mediados del siglo XIX cuando, por medio de la venta de bienes desamortizados, el clientelismo rural adquirió una dimensión nueva, al afirmarse en el marco de una economía de mercado. Los caciques, sobre todo en el sector primario, eran tipos con poder económico que contaban con un séquito de gente que trabajaba para él, formado por grupos armados capaces de intimidar a sus convecinos conscientes de que si las cosas no transcurrían según los deseos podían sufrir daños físicos, o  no volver a ser contratados como jornaleros en sus fincas. El pucherazo fue otra cosa. Fue un fraude consistente en manipular los resultados electorales a la hora de hacer el recuento. Los partidos políticos concebían la política como el ejercicio exclusivo y por derecho del poder. Uno, el moderado, se veía como el único defensor de la Monarquía y del orden, por eso abogaba por el monopolio del gobierno. Otro, el progresista, se presentaba como el verdadero portavoz de la nación, y por tanto reclamaba también el monopolio del gobierno. El pucherazo, durante la Restauración, sirvió para pactar los gobiernos mediante el turnismo. Y para llevar a cabo esa manipulación, se guardaban papeletas de votación en grandes pucheros, y se añadían o se sustraían los votos necesarios de esas marmitas a conveniencia del resultado deseado: ora en beneficio de Cánovas, ora en beneficio de Sagasta. A esa “ayuda” también colaboraban los “lázaros”, o sea, los votos de los fallecidos; y el voto de los “cuneros”, que se inscribían en esa circunscripción sólo hasta que pasase el día de las elecciones. Pero Burgos, con su acostumbrada siembra de cizaña, señala hoy que “en cada uno de los llamados ‘viernes sociales’ del Consejo de Ministros se repite el viejo rito del puro y el duro para comprar votantes de peaje”. Y echa a rodar una perla cultivada: “Dicen que el pasado viernes el Consejo de Ministros adoptó una serie de medidas sobre empleo público que le supondrán a Sánchez 14 millones de votos el 28 de abril”. Lo dice, ¿quién? Porque si lo dice el BOE, Roma locuta est, causa finita est. Ahora bien, si se lo ha contado un conocido de taberna, o su gato, no le dé mucho crédito. De cualquiera de las maneras, adoptar medidas sobre el empleo público, bien sea mediante aumentos salariales al funcionariado, o por dar más oportunidades a los opositores a la Administración Pública, bienvenidas sean tales medidas. Al César lo que es del César.

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