Alguien dijo que "vale más ante el mal cien veces una cólera impura que una resignación indiferente". Me niego a dejarme domesticar y deseo manifestar mi inconformismo. Me niego a encerrar mi cultura en el ámbito ambiguo de las artes y las letras. Me niego a servir a un único amo y a un sólo señor. Me niego a levantarme de la cama al escuchar el despertador. Me niego a la abulia irresistible que produce una tarde de domingo delante del monitor de televisión. Me niego a aceptar métricas en mis versos. Me niego a matar a mi perro por morder al imbécil de mi vecino de rellano. Me niego a servir de cobaya de laboratorio en la Seguridad Social. Me niego a participar en una historia en la que no me han dejado tomar parte activa. Me niego a bailar con la más fea la pieza más larga. Me niego a saludar al que me cae antipático. Me niego a reir chistes trsnochados y machistas.
Entre el aguachirle filosófico y el dogmatismo católico, prefiero la luna de Valencia. Me considero pobre y no me avergüenza llevar un abrigo remendado, ni me sonroja tener amigos bohemios que recogen porquerías en los cubos de basura. Siento compasión por los obreros y pequeños comerciantes que desean llegar a ser ricos sin reformar la sociedad. Montaigne, en su "Revolution personaliste et communautaire" aclara en este sentido: "Es rico el empleado que acepta el mundo a causa de los favores del patrón, la vendedora que toma parte en los objetos de lujo, el proletario que devora el ideal de ser empleado de banca, el joven antimilitarista que sueña en secreto llegar a teniente de reserva..." En resumen: nuestra fuerza reside las más de las veces en nuestro propio fracaso.
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