Ayer escribía sobre el cocido en todas sus variedades, ese alimento contundente que a nadie deja insatisfecho. Y decía, recuerdo, que hay cocidos que se toman al revés, dejando para el final la sopa. Tiene su explicación en el cocido maragato, donde los arrieros decían aquello de que “si sobra, que sobre la sopa”. En todo gesto humano hay un orden de prioridades por una razón de supervivencia. En la Maragatería, como digo, también hay un orden de prioridades con respecto al cocido tradicional. Primero se come la carne, o sea, el chorizo, la morcilla, el tocino.., después, la col con los garbanzos, y más tarde, si queda tiempo, la sopa. A los viejos leoneses de Astorga queda poco por enseñarles por la experiencia y fuerza de la costumbre. Allí se fabrican las mejores mantecadas, las que hacían cada madrugada en el convento del Sancti Spiritus y que se popularizaron con la llegada del ferrocarril. Las mujeres acudían al andén y durante las paradas de los trenes vendían su exquisito producto por las ventanillas a los viajeros. Su popularidad llegó por el boca a boca. Su origen se remonta a hace más de 200 años. Ya se describen las mantecadas en 1805, cuando los reposteros Máximo Matheo y Francisco Calvo se convirtieron en proveedores del Seminario durante las navidades. Parece ser que una monja exclaustrada, Josefa González Prieto, las comercializó. En 1850, Balbino Cortés Morales, en su “Diccionario Doméstico. Tesoro de las familias o Repertorio Universal de Conocimientos útiles” (1876), aporta una receta de esa laminería que, de paso, sirvió para que se crease el oficio de las cajilleras, cuya misión consistía en plegar los cuadrados de papel que servían de envase, como sucede con los sobaos pasiegos o con los papeles plisados de las magdalenas. El primero de esos productos comercializados los llevó a cabo la empresa “La Perla Astorgana”. Desde entonces varios anuarios han mencionado la importancia de las fábricas de mantecadas en Astorga. Verbigracia: el ‘Anuario Bailly-Bailliere’ (1891, p. 1495) hace referencia a 12 fabricantes de mantecadas. También, el ‘Anuario Riera’ (1901, p. 1167) señala 11 fábricas de mantecadas, y el ‘Anuario Bailly-Bailliere’ (1916, p 3179) cita el nombre de 9 fabricantes, e incluye el anuncio publicitario de dos obradores. Según la Cámara de Comercio de Astorga, la facturación de mantecadas por ferrocarril en 1930 fue de 188.710 kilogramos. En la actualidad es el único dulce con D.O. Castilla y León. Pero León (la región con sus tres provincias que nunca debió unirse formando comunidad autónoma con la resabiada, caciquil y amputada Castilla la Vieja) tiene otros productos que, a mi criterio, no le van a la zaga. Se trata de los famosos “nicanores” de Boñar, con hojaldre, huevo, mantequilla, azúcar, vino y sal. Y no hay que echar en saco roto los gloriosos amarguillos almendrados que hacen las monjas dominicas del Monasterio Sancti Spiritus el Real, en Toro (Zamora), fundado en 1307 por Teresa Gil, enterrada en el coro. Setecientos años de estancia monacal dan para mucho.
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