No cabe duda de que
los platos de cuchara están de moda. Solo falta que los restaurantes de postín vuelvan a llamarse “casas de comidas”, que es lo que realmente son. Leo en la prensa
local que en Zaragoza comienza la “Ruta
del cocido”, que durará desde el 15 de noviembre hasta el 15 de marzo.
Haciendo bueno aquello que dijo Gregorio
Marañón de que “el cocido había
salvado más vidas en la España de la posguerra que la penicilina”, aparece
en la prensa, como digo, una larga lista de los establecimientos y los días que
harán la sopa, los garbanzos, la col y los sacramentos. El cocido (“la olla”, como la definía don Quijote) tiene sus raíces en un
plato judío llamado adafina, que se consumía el Shabat. Era un guiso que se cocinaba lentamente el día anterior y
se dejaba reposar todo ese día. Con el tremendo error de la expulsión de de los judíos en 1492 y la
posterior conversión (aunque aparente) de los que se quedaron tras ser cristianados, la receta fue
adaptada por los conversos, que introdujeron (aunque siempre a regañadientes)
ingredientes prohibidos en la dieta judía, como era el caso del cerdo. Ello
viene a cuento con el chiste de Santamarta
aparecido hoy en Diario de León,
donde bajo el rótulo “estatuas de
Valladolid para la catedral de León”
aparece a la vista del lector la catedral leonesa, de donde sale una voz
que dice “se empieza así y se acaba
añadiendo arroz a la morcilla…”. Con el cocido ocurrió algo parecido, o
sea, que se fueron añadiendo “sacramentos”
de compango o de ‘pringá’, según la región a gusto del consumidor. El cocido ( que no tiene ‘copyright’ ni necesita
licencia eclesiástica ni el "nihil obstat" del obispo) puede ser andaluz, madrileño (con los famosos tres vuelcos),
castellano, maragato, extremeño, gallego, montañés, lebaniego, catalán
(escudella)..., y cada uno de ellos con sus particularidades
respectivas. En unos casos se empieza por la sopa y en otros se termina con
ella. Como diría Pitágoras, el orden
de los factores no altera el producto. Pero hay otros lugares donde se exalta
la comida contundente y donde el cerdo es el protagonista, como sucede con el
botillo, tradicional en El Bierzo, para dotar al cuerpo de la necesaria
fortaleza como para afrontar los más duros trabajos físicos en el campo o en la granja. En
algunos manuscritos del siglo XII se señala la obligación de los vasallos de
tributar ciertas cantidades de “botillos”
al monasterio de san Pedro de Montes, situado en Ponferrada. En Zamora existe una
variedad de botillo que allí denominan como ‘pastor’.
El botillo procede del despiece
del cerdo mediante un proceso de elaboración que dura de cinco días. Desde 1972
se celebra en febrero el tradicional ‘Festival
Nacional de Exaltación del Botillo’, en Bembibre. Pero ahí no queda la
cosa. De ninguna de las maneras debo pasar por alto las ‘Jornadas Gastronómicas’ de La Bañeza ( ya en su segunda edición) en
torno a las alubias durante todo el mes de noviembre. Se guisan en sus cuatro
variedades (canela, riñón, plancheta y pinta) en los 18 restaurantes participantes.
Esas judías comenzaron a cultivarse en La Bañeza en 1760, y hoy son tan famosas
como los garbanzos de Fuentesaúco, que comenzaron a sembrarse en la Guareña y
la Tierra del Vino en el siglo XVI y hoy gozan de protección. Terminaré con una
curiosidad: en el siglo XVII el conde de la Fuente de Saúco, Pedro de Deza, envió unos garbanzos de
esa zona como obsequio a Francisco de
Quevedo, según se sabe por una carta de Sancho Sandoval (amigo y primo político, casado con Leonor de Bedoya, prima lejana de Quevedo)
de 16 de enero de 1639. Los buenos garbanzos deben tener ‘nariz de vieja y culo de monja".
La comida contundente (el cocido, el botillo y la fabada) vuelve a la carga en tiempos de tribulación,
donde algunos horteras de bolera han descubierto, ¡oh, sorpresa!, que existen cubiertos para la mesa (cuchara, cuchillo y tenedor) y que hay vida más allá de las
putas hamburguesas 'happy meal' y de los indigestos rollos 'durum kebab'.
No hay comentarios:
Publicar un comentario