Yo, si les digo la verdad,
prefería los mensajes de Fin de Año que Franco emitía en blanco y negro para
única televisión que había en España y para el dial de emisoras. Todos los
españoles, conversos e inicuos, sentíamos como un halo de misterio alrededor de
la figura de un anciano general, que movía el brazo arriba y abajo como sujeto
con un cordón de marioneta cuando hacía referencia explícita al contubernio judeo-masónico,
que para la mayoría de los españoles era lo más parecido a una hidra de dos
cabezas que caminaba por las aceras de Madrid arropado con una bufanda negra
como la sotana de un clérigo y un chambergo, también bruno, que no permitía ver
su verdadero rostro. El contubernio judeo-masónico repetido cada noche de San Silvestre
por un generalito con voz de sarasa y que había hecho cima como si fuese un
Edmund Hillary de pacotilla sobre la cúspide de un millón de muertos, conseguía
que me fuese a la cama tras haber tomado las doce uvas con la misma angustia
que siendo niño me producía la imagen del Hombre del Saco. Nunca supe qué
contubernio era aquel, tantas veces repetido, ni sabía ponerle cara. Franco
había querido ser masón durante sus años jóvenes y no lo consiguió al ser
rechazado por la Orden,
algo que no aconteció con sus hermanos Ramón y Nicolás ni con su propio padre.
Por cierto, en Zaragoza se editaba el periódico “Amanecer”, fundado mucho antes
que tantos otros diarios del Movimiento (por la Ley de 13 de julio de 1940) y que acabó su
andadura en 1979, siendo su último director Ángel Bayod Monterde. Pues bien, el
19 de septiembre de 1936, ese periódico zaragozano de ideología falangista
afirmaba: “Es tal el daño que esta sociedad
perniciosa ha causado a España, que no pueden la masonería ni los masones
quedar sin un castigo ejemplarísimo. Castigo ejemplar y rápido es lo que piden
todos los españoles para los masones, astutos y sanguinarios. Hay que acabar
con la masonería y los masones”. Y el 2 de octubre de aquel año “El defensor de
Córdoba” ponía la guinda a la tarta hurgando en la herida y nos sacaba de
dudas: “Y para que aquélla desaparezca [la Masonería], ¿qué hacer? Preguntad a Mussolini”.
Como digo, los mensajes de aquel Jefe del Estado con sus llamadas al exterminio
de todas las logias masónicas y de todo aquello que se moviese sin su permiso,
producían el mismo estupor que nombrar al cuélebre. Curiosamente, el jesuita
José Antonio Ferrer Benimeli (Huesca, 1934) está considerado hoy como el máximo
experto en temas masónicos. En unas declaraciones ese fraile comentó lo
siguiente: “Es la estrategia de los autócratas que precisan de una bestia negra
a la que echar la culpa de todos los males y justificar así las tropelías que
ellos cometen. La de Hitler fueron los judíos; la de Stalin, los trotskistas;
la de Franco, los masones”. Ahora es distinto. En los mensajes del Rey en
Nochebuena, como escribe Pedro Fernández-Barbadillo en “Libertad Digital”, se
han caído Jesucristo y Franco. “El Rey -señala Pedro- nos ha dejado
expresiones como ‘En estas entrañables fechas’, ‘La Reina y yo’, ‘Os
insto/exhorto a…’, ‘Es para mí un motivo de orgullo y satisfacción’, ‘Como un
español más…". Vamos, todo muy aburrido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario