Me parece una brillante idea que
el Ayuntamiento de Zaragoza se haya acordado de los vecinos fallecidos durante
el año que está a punto de terminar. Pero ese detalle, viniendo de quien viene,
o sea, del Consistorio, es como para tocar madera, si tenemos en cuenta las
abultadas tasas municipales que los ciudadanos pagamos año tras año por tener
los restos de nuestros seres queridos depositados dentro del recinto del
Cementerio de Torrero. Pero, bueno, agradezcamos el detalle y no la toquemos
más, que así es la rosa. Lo que ya no comprendo es el homenaje que se hizo ayer, 20 de diciembre, en el camposanto zaragozano, donde se incluía un pequeño
concierto de 20 minutos de duración con canciones navideñas a cargo de la Coral Municipal Saduie
celebrado en la sala de ceremonias número 2,
ni tampoco el encendido de luces en cuatro cipreses del recinto. A los muertos les traen al pairo
los gorigoris de quiénes aspiran a vendernos el Cielo en parcelas y los
villancicos que cuentan cómo beben los peces en el río. A los difuntos les
importa un bledo los encendidos de cipreses navideños y la demagogia barata de
un alcalde, Belloch, que ya nos hace el favor a los zaragozanos de poder abonar
el abultado IBI mediante tres cómodos plazos. Esas cosas de encendidos de
árboles y de ñoños villancicos son propias de los grandes almacenes que invitan
al consumo y de las puñeteras compañías eléctricas, que tantos sustos nos dan
con las subastas. A los muertos hay que dejarlos en paz. Así de simple.
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