Se comenta hoy en un artículo de el diario
El País que cada año alrededor de 100.000 extranjeros solicitan la nacionalidad
española y que, para obtenerla, son necesarios determinados requisitos, tales
como el número de años que los aspirantes llevan residiendo, si se manejan con
el idioma castellano con cierta fluidez o su integración entre la sociedad de
su barrio, para lo que hay establecido un “test de españolidad” donde se
incluyen pruebas de cultura, tradiciones, instituciones del Estado, etcétera.
Pero también hay trufadas preguntas-trampa dentro de ese cuestionario, tales
como “qué río separa Madrid de Barcelona”. A mi entender, a los ciudadanos de
otros países que desean obtener carta de naturaleza habría que preguntarles
quiénes son Los Chunguitos, qué ingrediente debe llevar una buena paella
valenciana además del arroz, qué vino entienden que es mejor: si el “Don Mendo” de Cariñena, o el “Barón de Ley
Tres Viñas” de Rioja; cómo se llaman los habitantes de Cabra, en la provincia
de Córdoba; si prefieren la tortilla española con o sin cebolla, si conocen el
botillo leonés, de qué color era el caballo blanco de Santiago, cuánto dinero
era la mitad de medio duro, cómo se llama el jefe de estación de Venta de
Baños, etcétera. Por cierto, a principio de los sesenta del siglo pasado, José
Solís Ruiz, entonces ministro-secretario general del Movimiento, defendía en
las Cortes Españolas un proyecto de ley para aumentar el número de horas de
dedicadas al deporte en las escuelas de Primaria e institutos de Enseñanza
Media en detrimento del latín y del griego. “¿Para qué sirve hoy el latín?”, se
preguntó Solís desde la tribuna de oradores. En un momento determinado, otro
procurador, Adolfo Muñoz Alonso, entonces profesor de la Complutense, le
increpó desde su escaño: “Por de pronto, señor ministro, para que a su señoría, que ha nacido en
Cabra, le llamen egabrense y no otra cosa”. Don Adolfo fue el padre de Maestro
Reverendo, aquel pianista de un programa de El Gran Wyoming, también ya fallecido, que comenzó a
tocar el piano en los Escolapios de Argüelles y se ganó su apodo cuando ejerció
como organista en la iglesia de San Antonio de los Alemanes, más conocida como
de San Antón, en la calle Hortaleza, donde precisamente hoy, 17 de enero,
acuden los madrileños tanto para que sus mascotas sean hisopadas como para
recibir el “pan de san Antonio”, una especie de chusco cuartelero que lleva impresa
una cruz y que tiene la virtud de conservarse en buenas condiciones durante
mucho tiempo.
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