En Zaragoza, a falta de mejor
cosa que hacer, nos pasamos el día
enseñando a los turistas de paso, porque todos ellos vienen de
paso, la rebelión contra los franceses
en los conocidos Sitios. Hace menos de dos años, la Asociación de Vecinos
de Arrabal levantaba un peirón cerca del Puente de Piedra en memoria de los que
fallecieron defendiendo lo patriótico y lo religioso, hasta el punto de hacer a
la Virgen del
Pilar capitana de las tropas aragonesas. Nada extraña, una vez sabido que la Virgen de la Macarena procesionó
durante mucho tiempo por las calles de Sevilla con el fajín de general de
Queipo de Llano. Los invasores de entonces, y los golpistas y salvapatrias que
llegaron más tarde, tuvieron el firme convencimiento de que los invasores,
primero, y los republicanos, después,
eran los enemigos de España. De ahí la pregunta: “Padre ¿es pecado asesinar a
un francés?", y la respuesta explícita: "No, hijo, se hace una obra meritoria
librando a la patria de esos violentos opresores.” En Zaragoza apenas se
recuerda a los miles de cadáveres enterrados en el suelo del Parque de Macanaz.
Sólo hay cabida para el sacerdote escolapìo Basilio Boggiero, que enardeció con
encendidas palabras alentando a los zaragozanos en la insumisión contra los franceses,
para cura Santiago Sas, clérigo y comandante de las compañías de Escopeteros
voluntarios de la Parroquia
de San Pablo, ambos asesinados y tirados de punta cabeza al Ebro sin mayores
contemplaciones, y para un ramillete de tipos pintorescos que se unieron a la
causa. Mas tarde llegaría Pérez Galdós y novelaría las hazañas; y Mesonero
Romanos, que nos hablaría del “manolo” en El
antiguo Madrid: “el verdadero madrileño, arrogante y leal, temerario e
indolente, sarcástico y medio revolucionario, desdeñando la suerte y riéndose
de la desgracias, mezcla de fatalismo oriental, de vanidad, de pereza y de
valor español.”; y los historiadores de medio pelo, ensalzando la figura de
Agustina Saragossa, (no Zaragoza, como suele escribirse) que ganó su fama heróica
disparado un cañon en El Portillo, que alcanzó el grado de subteniente y que
terminó sus días regentando una casa de putas en Ceuta.
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