domingo, 18 de julio de 2010
De la guerra a Baden-Baden
Lo que nos faltaba, ver en las fotos de prensa a Moratinos en Kabul vistiendo un “longui” como los de “Las mil y una noches” y un “chapan” pardo. Ahora que en Europa se mira mal que las mujeres porten burka, llega nuestro flamante ministro de Asuntos Exteriores a Afganistán y se coloca turbante y capa marrón para contentar a Hamid Karzai. Ya sólo hubiese faltado en ese encuentro que Moratinos le hubiese obsequiado al presidente de ese país con la discografía completa de Emilio el Moro. O sea, las cantinelas “Mi suegra me la robaron”, el “Fandango de Cantimpalo”, “Desde San Roque a Bilbao”, “Mi ovejita Lucera”, etcétera, para que fueran transmitidas a los insurgentes en desayuno, comida y cena. De ese modo, tal vez se supliría con música su deseo de no escatimar esfuerzos políticos, militares y financieros. Sobre todo financieros, que el cash flow hispano está más lánguido que la hoja de culantrillo. En ocasiones, los temas de difícil solución se resuelven en los salones, después de una “jirga” y bailando la pachanga, o el bugí. Los carnavales de Kabul se me antojan como los de Cádiz, pero sin la presencia de Enrique García Rosado, más conocido como Kike Remolino, sin cabalgatas como aquellas de antaño que José León de Carranza había visto en Niza, sin pestiñada popular , sin el güiro o pito de caña y sin las chirigotas. Es decir, con la vestimenta puesta en su sitio pero sin el cachondeo cañí. Moratinos, no lo duden, está haciendo más por España que el Instituto Cervantes. Sólo echo en falta un gran cuerpo de baile y una tanda de cuplés enchampelados como Dios manda.
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