sábado, 17 de julio de 2010
Sostiene Evaristo
Hoy en Diario de Teruel leo un artículo que me ha hecho reflexionar. Evaristo Torres, en su artículo “Gacetilleros”, hace referencia a ese joven periodista que debe escribir la crónica diaria en un lugar donde nunca pasa nada. Sin saber por qué, me ha venido a la cabeza la novela “Sostiene Pereira”, de Antonio Tabucchi. Cuenta Evaristo: “Esa chica o chico, que soñaba con descubrir grandes chanchullos internacionales, tramas de corrupción mafiosa, mangoneos de empresarios y banqueros, sucias maniobras en los sindicatos y bajezas de los políticos, ahora resignado al comprobar que su trabajo diario consiste en cubrir actos en los que no se pueden hacer preguntas, inauguraciones de caminos, canales y huertos, festivales de joteros de la tercera edad, campeonatos infantiles de bádminton o concursos de bocadillos gigantes”. Tiene razón. Pero le sucede lo mismo al joven médico que soñaba con trabajar en un gran hospital y que, dadas las actuales circunstancias, debe hacer suplencias de verano en pueblos medio abandonados; o al licenciado en Química, que había soñado en sus años de Facultad con poder trabajar en un sofisticado laboratorio, y descubre que sólo hace campañas remolacheras en fábricas de azúcar del Sur, “amarrado” a un polarímetro durante toda la jornada; etcétera. Los “gacetilleros”, o “plumillas” suelen ser licenciados que cubren las ausencias por vacaciones de aquellos que están en plantilla, o estudiantes de los últimos cursos contratados merced a una beca. Y a esos “plumillas” les suele tocar bailar con la más fea la pieza más larga. Se les exige esfuerzo y bien hacer en su función redactora. Además, se les asigna para que acudan a actos “infumables” para poder extraer más tarde un cronicón sobre, pongamos por caso, la visita de un consejero autonómico a una plantación de cebollinos ecológicos. Lo del cebollino ecológico resulta ser el tema de menor importancia. En nada se distingue el cebollino turolense del ciboulette, del puerro-junco, de la cebolleta, o del ajo pardo. Lo que de verdad importa es que ese día haya aparecido por un lugar en donde nunca pasa nada, el delegado del Gobierno, el consejero de Agricultura, un director general de no sabemos que ramo, dos diputados, el cura, el alcalde, los concejales, el presidente de la Comarca, su primo, dos amigos de su primo y tres furgones de la Guardia Civil. Otro compañero, posiblemente becario, deberá encargarse de hacer unas cuantas fotos del campo de cebollinos, del delegado, de su cohorte y, también, del cura revestido hisopando agua bendita a la rosa de los vientos. El acto objeto de la visita dura a lo sumo media hora. Es ahí donde termina aparentemente el trabajo del “plumilla”. Lo que viene después es para él un auténtico vía crucis: volver a la redacción, secarse el sudor y ponerse frente a una obsoleta pantalla de ordenador para ver la manera de poder adornar un acto de por sí absurdo. Y si no hay manera de poder rellenan el espacio requerido por el redactor-jefe, se incrusta otra foto con la torre de la iglesia y se agranda la entradilla, los mosaicos y el sangrado.
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