miércoles, 28 de julio de 2010
Por algo había que empezar
Finalmente se ha decidido hoy por parte del Parlamento catalán que se supriman las corridas de toros a partir de 2012. Eso de las corridas de toros en La Monumental, que ni siquiera es plaza de primera categoría, se va a acabar. Sólo queda bien determinada faena de aliño cuando es de salón, como en el Congreso de los Diputados por parte de Durá Lleida; o en los escenarios de El Liceo cuando se pone en cartel la ópera Carmen, de Bizet. Ahora, tras el bajonazo, el cacheteo, el desgreño y el descabello en el último Debate sobre el Estado de la Nación, lo que hay que procurar es que desaparezca en Cataluña el pasodoble, la peineta y la mantilla, los huevos a la flamenca, el gazpacho andaluz, el botijo y la sangría, que no sé si es española o no, pero por si acaso. Y en los pueblos nada de toros embolados ni toros de fuego. Hay que bailar la sardana, comer monchetas y pa amb tòmaquet. El burro catalán ya sustituyó en su día al toro de Osborne, que por algo había que empezar. La rotulación, en catalán; los doblajes de películas, en catalán; y la dieta mediterránea deberá llamarse desde ahora dieta catalana. Y no se permitirán otros instrumentos musicales que no sean la tenora, el tible, el flabiol, y el fliscorno. Cataluña es nación, que así reza en el preámbulo del Estatut. Y si no ha sido admitido tal concepto por el Tribunal Constitucional, lo que hay que procurar es cambiar la Constitución Española, que muerto el perro se acabó la rabia. Ahora que recuerdo, también los canarios prohibieron en 1991 las corridas de toros porque, según sus detractores, hería la sensibilidad de los isleños la fiesta cruenta. Esa norma, contemplada en la ley 8/1991 de 30 de abril, señalaba que su objetivo era "la protección de los animales domésticos". Pero el toro bravo no lo era. También se prohibían las peleas de perros y se imponían restricciones a las de gallos, "que forman parte de la cultura canaria”. Pero a mí me consta que tales restricciones en las peleas de gallos no existen en la actualidad. Yo me inclinaría a pensar que las corridas de toros nunca tuvieron éxito en Canarias por una simple cuestión de lejanía con respecto a la Península. El caso catalán es distinto. Joan Puigcercós ha dado en el meollo de la cuestión, cuando ha asegurado que “la prohibición de las corridas de toros en Cataluña refleja la existencia de una sociedad diferenciada”. Ya nos lo imaginábamos. Al presidente de ERC le parecerá, tal vez, un paso importante tal supresión para alcanzar que Cataluña sea con respecto a España algún día un Estado libre asociado. La misma pretensión de Ibarretxe, corregida, aumentada y con ventanas a la calle.
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