jueves, 22 de julio de 2010
Gordos
Un diputado alemán señalaba días pasados a un periodista del diario Bild que los gordos deberían pagar más impuestos para compensar los gastos sanitarios. Este respetable caballero, Marco Wanderwitz, del Partido Cristiano-Demócrata, tendrá sin duda estadísticas para demostrar con datos en la mano que los ciudadanos de hechura pícnica utilizan más camas de hospital que los de constitución magra. A mi entender, hubiese sido más simple que Wanderwitz evidenciara con argumentos de peso (y nunca mejor dicho) que los gordos deberían ingresar más gabelas al Fisco por el simple fundamento de ocupar más espacio en cines, en aviones y en salas de espera. No es que este argumento sea muy ortodoxo, pero en rigor se ajusta más a derecho. De la mis manera, deberíamos pagar más cuando pasáramos por la taquilla de un museo para contemplar cuadros de Fernando Botero. El gobierno presidido por Rodríguez Zapatero, atento a ese peregrino concepto alemán, intenta moderar el consumo de “bollicaos” en los institutos. Nada de grasas saturadas ni de chucherías que aportan calorías pero ningún nutriente. Trinidad Jiménez ya ha comentado a los medios que es mejor consumir bocadillos a la hora del recreo. Lo que no ha explicado al detalle, al menos yo no lo he escuchado, es cómo deberá ser el tamaño de los mismos. Tampoco sé si deberán contener en su interior jamón serrano, tortilla de patata, o bonito del norte. Supongo que el Gobierno dispondrá de suficiente memoria histórica sobre los sabores de los tentempiés, sus resabios y las preferencias por los españoles. Bocadillos y autobuses pagados a pie de explanada fueron prácticas habituales durante los cuarenta años que duró el franquismo. Aquellos fueron viajes organizados donde la finalidad no era otra que la de escuchar discursos contra el contubernio judeo-masónico, aplaudir con entusiasmo y regresar al pueblo para contar a los ancianos el resultado de una excursión novelada muy parecida a la aventura equinoccial de Lope de Aguirre.
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