miércoles, 22 de septiembre de 2010
Adiós al "Abuelo"
La reciente muerte de José Antonio Labordeta ha despertado el mecanismo del ramalazo provinciano en tierras aragonesas, como ya sucedió en febrero de 1911 con Joaquín Costa cuando, camino de Madrid, los zaragozanos sacaron el ataúd del furgón del ferrocarril para que su cadáver se quedase en Aragón. Los aragoneses siempre reaccionamos tarde ante las situaciones que nos superan. Ponemos el corazón por encima de la cabeza y nos arrebatamos cuando nos tocan lo que nos pertenece por entero. Todos sabíamos que Labordeta se encontraba enfermo de cuidado y Belloch, que no da puntada sin hilo, aprovechó el deceso del cantautor para mover los hilos necesarios para su supervivencia política. Curiosamente, sólo horas más tarde, ese mismo lunes, fallecía la que durante muchos años había sido su representante artística, Lola Olalla, esposa del periodista Plácido Serrano. Pero, ¿quién era Labordeta? Que yo sepa, un profesor de secundaria que luego fue cantautor y poeta y más tarde el hombre “utilizado” por un grupúsculo de la izquierda, Chunta Aragonesista, para poder conseguir mediante su tremendo gancho popular un escaño en el Congreso de los Diputados. Y lo logró durante dos legislaturas. Pero sobre José Antonio Labordeta siempre sobrevoló la sombra alargada de su hermano mayor, Miguel, fallecido en 1969, magnífico poeta y figura destacada dentro del llamado Grupo Niké, junto a Guillermo Gúdel, Luciano Gracia, Benedicto Lorenzo de Blancas, Julio Antonio Gómez, etcétera. Las obras completas de Miguel se publicaron en 1972 en la colección Fuendetodos de Ediciones Javalambre. Muchos españoles conocieron la figura de José Antonio por su espacio televisivo “Un país en la mochila” y por mandar “a la mierda” a toda la bancada del PP durante una de sus intervenciones en la tribuna del Congreso. El “fenómeno Labordeta” constituye en Aragón toda una leyenda. Reinó después de morir, como Inés de Castro. En el último año y medio recibió todos los parabienes institucionales: Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Zaragoza, Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, etcétera. Bueno, todos los parabienes exceptuando al Gobierno de Aragón, que sólo se dignó concederle la Medalla de Aragón a título póstumo cuando ya era evidente que su fallecimiento ocurrido sólo horas antes despertaba un interés multitudinario entre todas las capas sociales. Eso para mí no vale. Tampoco me vale que el rey Juan Carlos dijera que Labordeta era “un gran amigo”, y diré por qué. Ese mismo domingo, el Rey acudió a la Ciudad del Motor, en Alcañiz, al Gran Premio de Aragón del Campeonato de Motos. Pudo acudir a Zaragoza para visitar su capilla ardiente. No lo hizo. Algo parecido había sucedido antes con Miguel Delibes. Ahora le van a dar el nombre de José Antonio Labordeta al mayor parque de la ciudad. Se lo merece.
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