sábado, 4 de septiembre de 2010
Tomando café
Me entero, y así lo cuenta hoy Heraldo de Aragón, de que “el 80% del uso de internet en la Diputación Provincial de Zaragoza es lúdico o particular”. ¡Qué vergüenza! Yo siempre entendí que las diputaciones provinciales habían perdido todo su sentido desde el mismo momento de la vertebración del Estado en diecisiete comunidades autónomas, por un motivo claro: se producía una innecesaria duplicidad de servicios. Ya no es imperiosa la existencia territorial de los “ayuntamientos de ayuntamientos”, de la misma manera que considero un claro error, muy costoso por cierto, la reciente partición del territorio en Comarcas políticas, tan “útiles” según el vicepresidente de la DGA, José Ángel Biel. En efecto, tienen la misma utilidad pública que tiene él, es decir, ninguna. A mi entender, Biel es una absoluta nulidad, aunque necesaria para Marcelino Iglesias. Sin la ayuda de la bisagra del PAR, el PSOE llevaría mucho tiempo en la oposición. Pero a lo que iba. Con la puesta en servicio del Plan de Comarcalización, con esas “agencias rurales” en cada cabecera de comarca se han duplicado servicios; se ha dotado a esos “funcionarios sin oposición” de sueldo y coche, han servido para controlar mediante “políticos de la cuerda” los puntos estratégicos y, lo peor de todo, se han producido agravios comparativos de libro en cada uno de los pequeños municipios en función del partido político que lo gobierna. Además de todo ello, ya de por sí grave, coadyuva a que la DGA se “quite el muerto de encima” cada vez que les interesa. Así, el “venga usted mañana” de Larra se resuelve con el “acuda a su oficina comarcal”. En Aragón todo es posible. Puedes toparte con funcionarios de la Confederación Hidrográfica del Ebro comprando en el Corte Inglés de la calle de Sagasta sin ninguna prisa a las once de la mañana; a burócratas de la Tesorería General de la Seguridad Social metidos más tiempo del necesario en el bar de enfrente, o fumando en la puerta de entrada, o dejándose enchufado el aire acondicionado de las oficinas toda la noche, o comprobar cómo hay oficinistas que fichan y seguidamente se marchan a hacer menesteres particulares; puedes comprobar de igual manera de qué modo se gastan los fondos públicos de la Institución Fernando el Católico (dependiente de la DPZ) en libros lujosos con ediciones muy cortas que rara vez llegan al ciudadano; cómo la Policía Local brilla por su ausencia en parques, jardines y calles cuando más se necesita, poniendo sólo un celo excesivo en su afán recaudatorio con las multas de tráfico; cómo los chóferes de los coches de médicos de urgencia de la Seguridad Social nunca apagan los motores por más que tarde el médico en regresar de una visita a domicilio; o cómo se gastan las Cámaras de Comercio el dinero “exigido” por ley a las pymes. El “venga usted mañana” de Mariano José de Larra sigue vigente todavía. Acudes a un mostrador oficial y descubres que, en demasiadas ocasiones, ningún otro compañero suple al otro que es ha marchado “un momento” a tomar café. Vuelves una hora más tarde y compruebas con estupor de ciudadano sufriente, es decir, tú, yo y todos los que sólo tenemos derecho al pataleo, que el tipo encargado de atenderte todavía no se ha reintegrado a su puesto; etcétera. Seguir describiendo esa falta de respeto de quienes disparan con “pólvora del rey”, o sea, de aquellos que cobran del contribuyente, sería arduo y dificultoso. No se puede hacer nada. Entre ellos se cubren hasta la grosería. El “hoy por ti, mañana por mí”, forma parte de su código de conducta. La solución tal vez consistiría en poner un delegado del Gobierno en cada oficina, eso sí, con sueldo y coche oficial. Tendríamos dónde y a quién dirigirnos a la hora de quejarnos de las deficiencias del servicio. Claro, la incógnita estaría en saber si éste nuevo “comisario político” nos recibiría en su flamante despacho, o si ello no sería posible por encontrarse ausente tomando café.
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