jueves, 7 de julio de 2011
Rol de mequetrefes (I)
Tenía razón Alfonso Guerra cuando en tiempo de vino y rosas, o sea, cuando tomó un «Mystère» para ir a los toros, afirmó aquello de que “a España no la va a conocer ni la madre que la parió”. ¿No lo recuerdan? Sí, hombre, sucedió el 3 de abril de 1988. Después de haber disfrutado de unos días de descanso en El Algarve, Guerra se disponía a regresar a Sevilla en el coche oficial para ver una corrida de toros en La Maestranza. Pero al toparse con una caravana de coches en Vila Real de Santo Antonio dispuesta a pasar el puente sobre el Guadiana hacia Ayamonte, no dudó en solicitar los servicios de la policía lusa para que le situasen en primera fila, ante la recriminación airada de los pacientes conductores. Pese a ello, Guerra regresó a Faro y solicitó el avión de las Fuerzas Aéreas Españoles para poder llegar a tiempo a la corrida de toros. Años de vino y rosas, digo, donde la desfachatez política alcanzó unos límites difíciles de superar: Aída Álvarez, condenada por el caso Filesa; Carlos Navarro, Florencio Ornia, Francisco Francés, Juan Carlos Mangana, Mario Huete, Valentín Medel y Sotero Jiménez, todos ellos condenados por falsedad en documentos mercantiles; Julián García Valverde, ex ministro de Transportes y presidente de RENFE, acusado de cobros de comisiones ilegales en la adjudicación del AVE Madrid-Sevilla; Mariano Rubio, gobernador del Banco de España, condenado por amasar una gran fortuna gracias a la práctica del “insider trading”, que equivale a utilizar en su provecho información privilegiada; Francisco Palomino, cuñado de Felipe González, imputado en la “operación cementeras”, controladas por Banesto; Carmen Salanueva y Julio Fernández, condenados por el “caso BOE”; Carlos Soto, gerente de IGS, condenado por apropiación indebida en el “caso de los pisos de UGT”; Eduardo Martín Toval, acusado de espionaje a la Oposición, Sindicatos y demás partidos políticos. Al final no hubo encarcelados. Curiosamente, el magistrado del juzgado de instrucción número 21 de Madrid, Vázquez Honrubia, llegó a la conclusión de que las órdenes de espionaje partían de la cúpula del PSOE y del Gobierno. Apuntaba a tres aforados. Cuando se elevó el suplicatorio al Tribunal Supremo la respuesta fue corta y sencilla: "Aquí no hay nada que investigar”. “Y entre tanta polvareda, perdimos a don Beltrane”, describe en un estilo muy conceptista Vélez de Guevara en la trama de “El diablo cojuelo”; que, dicho sea de paso, murió de calenturas malignas y de “un aprieto de orina”, si hacemos caso a las crónicas. En fin, como la lista es extensa y queda aún mucho verano por delante, he pensado en dejar para mañana la continuación de este rol de mequetrefes. Es saludable refrescar la memoria en tiempos de tribulación, cuando acaba de desaparecer el Códice Calixtino de la Catedral de Santiago; cuando España paga por su deuda a cinco años el precio mal alto desde 2002; cuando la tasa de nacimientos baja a registros de 2003; cuando nos acaba de caer encima la tormenta de la SGAE mientras la ministra de Cultura mira a las nubes que pasan; y, cuando nos enteramos por Andrés García Torres, sacerdote de Fuenlabrada, de que el obispo de Getafe, Joaquín María López de Andujar, le obligó a visitar a un psiquiatra y a asistir a terapia al ser acusado de gay. Uno, en su modestia, considera que el obispo López es quien debería ir al psiquiatra sin pérdida de tiempo. Bueno, a un psiquiatra que no se llame Aquilino Polaino. Y después de la visita en el diván, le invito a que tome unas copas por los bares de Chueca, por ver si entiende de una puta vez dónde reside la pederastia y, de paso, que pueda comprobar sin la ayuda de su dios que los gigantes no son tales, sino molinos de viento. Lo dicho, mañana más.
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