martes, 19 de julio de 2011

La magrura de Rocinante


Hoy martes he visitado en La Lonja de Zaragoza una exposición de fotografías de Jacques Henri Lartigue (1894-1986) hechas con la serenidad y la “elegancia despreocupada” del artista a lo largo de casi todo el siglo XX. En muchas de esas fotografías, sobre todo en las de la primera época, reside toda la melancolía, plasmada en unos instantes de encuadres fugaces, de luz y belleza irrepetibles. Sólo escuchar el sonido de una caracola nos puede retrotraer a aquellas playas de Hendaya casi vacías en la atardecida, a las carreras de coches donde el bólido “Delage” hacía furor, y a la ciudad de Niza inundada de esplín, en cuyas calles y sobre un “bugati” dio su último paseo Isadora Duncal, la bailarina de los pies descalzos, un 14 de septiembre de 1927. Nada que ver con esta época de economía global, de crisis del euro y de hambruna, con Merkel dirigiendo una orquesta de insensatos, en la que Rosell pretende terminar con los funcionarios incumplidores en sus funciones sin que nadie le haya dado vela en ese entierro y, también, donde el Pazo de Meirás dicen que se cierra en agosto al público visitante para que puedan veranear los herederos de Franco. A los españoles se nos está quedando cara de suela de alpargata con tanta salsa de san Bernardo y de perenne bula de carne, tanto viaje papal para bendecir nuestro infortunio español y tanto cierzo a campo traviesa en un vano intento mañanero de buscar un trabajo en lo que sea menester. A cinco millones de ciudadanos ya se nos trasluce esa magrura del caballo de don Quijote, o las hechuras de la cimbreante y galana hoja de culantrillo, como acontecía con aquel maestro de escuela al que de tanta vigilia se le salía del cuello el corbatín.

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