martes, 28 de febrero de 2012
Elogio del "pretolio"
Quienes hemos pasado algún tiempo en Sevilla, en mi caso por motivos de trabajo, hemos adquirido una cierta “cultura local” que se agradece a la hora de entender la importante función que cumplen para los caminantes en la atardecida las conocidas freidurías. Quizás, uno de los mejores conocedores de tales establecimientos, que se me antojan como churrerías postineras, fue el nunca bien ponderado José Antonio Garmendia, fallecido en esa ciudad, donde cada amanecer se desgajan sobre el azul celeste los rayos de sol y las golondrinas, al mediodía del 25 de abril de 2007. Garmendia, inteligente, sagaz y vocinglero, haciendo referencia a los “peasitos”, tal y como se denominan en Sevilla a los “pedacitos” de pescado (y así lo expuso de forma majestuosa en su libro “La taberna de El Traga”, sobre el que Antonio Burgos señaló: “Garmendia, mamón, qué pedazo de libro has escrito”) hacía referencia no a cualquier parte de su cuerpo, sino a las partes menos nobles de la merluza. En este sentido, señalaba Garmendia: “En Sevilla nunca ha habido ‘pescaíto’. El irritante diminutivo es un barbarismo de importación, mayormente propalado por ignorantes madritenses (sic) y del Norte, y que desgraciadamente está adquiriendo carta de naturaleza entre muchos aborígenes tontos del culo. En Sevilla, desde siempre, el diminutivo se ha reservado para el continente, nunca para el contenido. En Sevilla nos apañamos con un cartuchito de pescao (sic), jamás con un cartucho de pescaíto”. También, fruto de esa cultura local en Sevilla se llama “pretolio” al petróleo, pero nunca referido a ese líquido inflamable que se expende en los surtidores de las gasolineras para que funcionen los coches; sino al otro, al de andar por casa de un sitio para el otro, como sucede con el “sidol”, el spray “aflojalotodo” o el frasquito de “mercromina”, que lo mismo sirve para tapar de rojo una herida que para colorear un gorro frigio. El “pretolio” es muy agradecido para los sevillanos a la hora de abrillantar un dorado, engrasar una máquina “Singer” o conseguir que caliente una estufa. Si la máquina de coser no es “Singer”, la cosa cambia. En las “Alfa” de maleta rígida, por ejemplo, para facilitar los diseños de costura, los festones y el zig-zag, es preferible utilizar vaselina boricada como terapia de vanguardia, que también detiene la corrosión en las terminales de la batería. Pero centrándonos en el “pretolio”, contaba Garmendia que en la puerta de la taberna de El Traga (en el barrio de El Arenal, donde Cervantes se inspiró para su “Rinconete y Cortadillo”, y -citando palabras textuales- “donde abundaban rateros y canónigos, los consignatarios de buques y las guachis de muelle, las busconas y las señoras de la novena de la Virgen de los Reyes, los socios del Aero Club y los viejos de la Caridad, los Filomenos de Aspe y los Palis”) estaba Gutiérrez “cuando acertó a pasar por allí un vendedor ambulante de ‘pretolio’. Su pregón consistía, simplemente, en dar alaridos intermitentes anunciando su mercancía: -- ‘¡Pretolio! ¡Pretolio! ¡Pretolio!’. Comentario del Caracaja (otro cliente de la taberna) muy serio: --Anda que éste, en vez de vender pretolio, parece que lo acaba de descubrir…”. Ahora que se acerca la primavera, es hora de acordarse de Vicente, el dueño de El Traga y del guiso de pulpo a la brava, con mucho pimentón, pero duro a la hora de ser llevado a la boca tal vez por falta de una buena paliza previa a su cocción. También de Garmendia, de los “cartuchitos de pescao” y del ”pretolio”.
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