lunes, 27 de febrero de 2012
La pertinaz sequía
Parece ser que este país atraviesa el invierno más seco desde que existen estadísticas hechas con un cierto rigor, o sea, a partir de los años 40 del siglo XX. La culpa siempre es del anticiclón de las Azores, que nos la tiene jurada. Recuerdo que, siendo niño, se organizaban procesiones y sacaban al santo más devoto en andas por las polvorientas calles de unos pueblos que carecían de casi todo. También de agua corriente. Evidentemente, nadie disponía de bañera en casa salvo contadas excepciones. Como cuenta Marisa de la Peña, “Aquella infancia se formó con el “arriba España”, “las montañas nevadas”, “el enemigo infiel”, “la pertinaz sequía”, “el ademán impasible; siempre con el brazo en alto y dispuesta a “llevar flores a María” o a cantar el “cara al sol”. Si les digo la vedad, sí existía unos sitios, normalmente alejados de los pueblos, que contaban con agua corriente. Me refiero a las estaciones de f.c., donde pasaba el f.c. En uno de sus andenes y algo pudorosamente apartados había unos habitáculos de ladrillo con una especie de barrerilla exterior de barrotes de madera gris en forma de media luna, en cuyo frontis podía leerse “urinarios - retretes”. En otra puerta lateral del mismo color figuraba la leyenda “lampistería” y dentro se guardaban los aceites, las grasas consistentes y los farolillos de maniobras y de circulación. Esa puerta siempre estaba cerrada con llave, y la llave custodiada por un sobrestante que, curiosamente, solía ser natural de la parte de Villacarriedo, con un montón de hijos que alimentar y una mujer que, cuando no disponía de vino de pasto para empinar el codo, trincaba vinagre. Mas tarde, cuando el alcalde falangista de turno fue recibiendo alguna subvención desde las diputaciones provinciales por el “jubileo” de los “25 años de paz” y el éxito que había supuesto la inauguración de pantanos por Franco, aprovechando ideas y planos de obras hídricas que no le había dado tiempo a realizar a Indalecio Prieto, éstos se animaron a abrir las calles en canal y a colocar unas tuberías que los cabezas de familia estaban obligados a pagar a riguroso escote, salvo que estuviesen dispuestos a realizar peonadas gratis durante unas jornadas para poder zafarse de ese impuesto municipal. Lo que ya no entiendo, en tales circunstancias, es para qué sirvieron aquellas subvenciones ni a qué se destinaron. La acometida hasta el interior de los domicilios, en principio, fue privativa de los vecinos pudientes. Curiosamente, hasta entonces, no había una “cultura” extendida del baño ni de la ducha como hoy la conocemos todos. La gente del medio rural, por tanto, hasta la llegada del agua corriente al interior de sus casas, estuvo acostumbrada a acudir a los lavaderos públicos, a extraer agua de boca de algún pozo o fuente próximos y, por qué no decirlo, a asear sus cuerpos del modo que Dios les dio a entender. Algunos vecinos pudientes, a partir de entonces, hicieron pomposos cuartos de baño, con w.c., lavabo, bañera completa y bidé. En cierta ocasión, durante una visita de cortesía, la dueña de la casa, muy amable, se empeñó en enseñarme todas las habitaciones. Al llegar a la puerta del excusado, que era completísimo y estaba muy limpio, me expresó muy seria: “Aquí tenemos el cuarto de baño. Quiera Dios que no tengamos que usarlo”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario