miércoles, 15 de febrero de 2012
Ójala me equivoque
Hace muchos días que no escribo. Todavía no he reaccionado sobre las últimas medidas adoptadas por el último Consejo de Ministros en temas laborales. Me pinchan y no sangro. No acabo de comprender cómo hemos podido llegar a esta situación. Los sindicatos mayoritarios, mientras, deshojan la margarita sobre qué medidas deben adoptar. Si les digo la verdad, sólo intentarán reaccionar si ven minados sus particulares intereses de forma alarmante. España galopa hacia el empobreciendo ciudadano y cualquiera puede entender que, si disminuye el consumo y no se invierte en I+D+i, mal se podrán crear nuevos puestos de trabajo. Los españoles retrocedemos vertiginosamente hacia aquel rancio “nacional-catolicismo” de ordeno y mando en la época más oscura de nuestro pasado reciente. Ya sólo queda pendiente por parte del nuevo Gobierno obligar a los trabajadores a guardar fiesta en determinadas fechas religiosas establecidas en el Concordato de 1979, con la obligación de tener que recuperarlas con posteriores aumentos de la jornada laboral. Lo que ya no sé es si también nos obligarán a oír misa entera. Nunca, que yo sepa, la Conferencia Episcopal permaneció tan muda ante tanta injusticia social como sucede ahora. También, que yo recuerde, jamás se arruinó tanto a un pueblo a costa de un Estado con un déficit difícil de contener por culpa de los excesos autonómicos y municipales. Los amantes de la Historia saben qué ya nos vamos pareciendo a los alemanes, pero a los alemanes tras el humillante Tratado de Versalles de 1919. Aquel Tratado estipulaba que Alemania y sus aliados aceptaban toda la responsabilidad moral y material de haber causado la guerra, a realizar importantes concesiones territoriales a los vencedores y a pagar enormes indemnizaciones económicas a los Estados victoriosos. Ahora, la Europa de Merkel, esa Europa desenfocada que aplica la ley del embudo, pretende que los españoles, los griegos, los portugueses y los italianos, costeemos los excesos de habernos creído ricos durante las décadas pasadas. Alemania liquidó el pago de las reparaciones de guerra en 1983, pero todavía quedaba pendiente el abono de los intereses generados desde la aprobación del Tratado, que ascendían a 125 millones de euros. Los países “pigs” no sabemos cuando saldremos del agujero y, desgraciadamente, cuando eso ocurra algún día, ya no volverán a recuperarse de ninguna de las maneras las conquistas sociales conseguidas por los trabajadores a fuerza de movilizaciones ciudadanas, palos a tutiplén por las fuerzas del orden y mucha amargura sobre las espaldas. Conviene señalar que las duras condiciones impuestas a Alemania al término de la contienda fueron utilizadas por el nazismo para alcanzar el poder. La xenofobia ya se palpa hoy en Grecia y en algún otro país europeo. Es el primer paso de la ultraderecha más retrógrada. Ójala me equivoque.
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