miércoles, 25 de abril de 2012
La vieja "Underwood"
Nicanor Parra ha cedido su máquina de escribir. Una vieja “Underwood”, que en su rodillo contiene un papel con un poema. Yo también dispongo de una vieja máquina de escribir de esa misma marca a la que calculo 90 años, más o menos la edad actual de don Nicanor. La “jubilé” un día, hace ya años, y permanece a la vista en el cuarto de estar junto a una radio que rara vez escucho. Esa vieja máquina, la mía, estuvo desde principios de los 60 en el botiquín de una azucarera al servicio de mi padre, médico de empresa. Se la habían hecho llegar desde la delegación en Zaragoza de “La Compañía de Alcoholes”. Según parece, había pertenecido a don Benito Lewin. Al desaparecer la azucarera, tanto mi padre como la máquina de escribir volvieron a Zaragoza. Pero, para entonces, ya tampoco existía la delegación de la calle de Mariano Ponzano. El Grupo Ebro, había vendido el antiguo inmueble y alquilado otro espacio, en la sexta planta de un edificio de cristal y acero en el número 100 del Coso. Y a ese lugar fueron mi padre y la máquina de escribir. Años más tarde, desaparecería la delegación para siempre. Mi padre, todavía en activo, trasladó los papeles de trabajo y la máquina de escribir a su domicilio particular. A partir de aquel día, toda su labor consistía en hacer una visita semanal a la azucarera de Luceni, todavía en activo, y a una factoría de ácido cítrico en Cortes, en Navarra. En la actualidad no existe ninguna de ellas. Y el día de la jubilación de mi padre, un empleado del Grupo Ebro llegado desde no sé dónde apareció por su casa para hacerse cargo de todos los papeles relacionados con el servicio médico. Aquel empleado le dijo a mi padre que la máquina de escribir podía quedársela si así lo deseaba. Y mi padre se la quedó. Ya fallecido mi padre, en vista de que no se hacía uso de la vieja “Underwood” y de que permanecía arrinconada (“…silenciosa y cubierta de polvo, veíase el arpa”), decidí pedírsela a mi madre. Me la regalo y la llevé a casa. La limpié con la ayuda de un pincel y un trapo húmedo, le puse cinta nueva y me dediqué a pasar a limpio unos trabajos literarios que tenía desparramados en carpetas. También la utilicé para escribir cartas, artículos de prensa y determinados relatos que enviaría a diversos concursos literarios de provincias, casi siempre con escasa fortuna. Pasado el tiempo adquirí un ordenador para procesar los textos y la vieja “Underwood” llena de holguras, que son los achaques que experimenta toda máquina a la que se le ha dado mucho tute, pasó al lugar que ahora ocupa, sobre una mesita también casi centenaria y junto a una radio que casi no escucho.
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