lunes, 16 de abril de 2012

Las "malas compañías"


Vaya, vaya, lo que va saliendo. Ahora resulta que el rey está rodeado de malas compañías, según cuenta Ussía hoy en “La Razón”. Y, sin decir expresamente su nombre, Ussía hace referencia a “alguien que tiene nombre de calle en Madrid”. Blanco y en botella. Esa “mala compañía” del rey, según Ussía, es Alberto Alcocer Torra, que tiene mucho dinero pero no dispone de calle en Madrid, al menos de momento. Y digo “al menos de momento” porque todo se andará. Con Botella en la Alcaldía de Madrid podría tener una calle dedicada hasta Javier Horcajo. La ostenta su abuelo, Alberto Alcocer Ribacoba, que fue alcalde en dos ocasiones: de 1923 a 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera; y de 1939 a 1946, durante el franquismo, además de Secretario General del Banco de España. Resulta grotesco cuando Ussía, después de dar un vergonzoso masaje de jaboncillo al jefe del Estado escribiendo esas cosas tan delicadas de que “un Rey de verdad, se muere Rey”, como si estuviera refiriéndose al torero, que deber morir en la arena, o al actor, que debe morir en el escenario si aspiran alcanzar la gloria, hace referencia a los cuentos de don Saturnino Calleja, o sea, dejando claro que [su artículo] “lo escribe el hijo de un padre que vivió siempre al lado del Rey que no iba a serlo, y por ello, liberado de toda suerte de intereses y privilegios”.¡Ja, ja, ja! Rey no llegó a serlo nunca, aunque no precisamente por falta de ganas; pero privilegios me consta que sí los tuvo, y muchos. Tardíos, pero los tuvo. Y digo “no precisamente por falta de ganas” porque se reservó el título de conde de Barcelona hasta su muerte en Pamplona; porque hasta el 14 de mayo de 1977 no hizo renuncia expresa oficial de sus derechos dinásticos en favor de su hijo Juan Carlos, puesto a dedo por el dictador Franco como sucesor a título de rey (que, aunque de hecho ya lo fuera desde el 22 de noviembre de 1975, no lo fue de derecho hasta el 6 de diciembre de 1968, tras ser aceptada la Constitución Española en su totalidad y donde se incluía de rondón la aceptación de la Monarquía Parlamentaria como forma de Estado); porque se le reservó un lugar privilegiado en el Panteón de Reyes de El Escorial con el nombre de Juan III, sin haber sido nunca rey; porque los españoles jamás, al menos que yo sepa, le tomaron en cuenta que intentase unirse a los sublevados contra el Gobierno legal de la Segunda República haciéndose pasar (con un mono azul con el símbolo de la falange y una boina roja que le regalaron) por “Juan López”, trabajador del Hotel “La Perla”, de Pamplona; porque fue nombrado almirante honorario en 1978; porque el Gobierno le ascendió el 4 de diciembre de 1988 a capitán general de la Armada Española; y, finalmente, porque a su muerte tuvo honores de rey de España. Ussía, el hijo de un padre que vivió siempre al lado de un eterno aspirante al Trono de España y que murió sin cumplir sus deseos, debería pensar lo que escribe antes de enviarlo a la prensa en la que colabora. En este país estamos sobrados de prosaicos cortesanos y de vergonzosos plebeyos.

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