domingo, 29 de abril de 2012

Domingo

No importa si mancháis los zapatos domingueros con las gotas de rocío. Jugad, malditos, hasta que el tiempo os alcance y destruya. Pasa silbando un mercancías, mientras la banda municipal interpreta “Bandoneón rabalero”. Se está bien así, en silla de tijera, a la sombra de un tamarindo y contemplando las vergüenzas a la señora de enfrente, quien se airea a discreción con las rodillas puestas a las tres menos cuarto. --Niño, déjame pasar. Desde la azotea de un edificio muy alto, fríos publicistas comienzan a tirar botellines de “Licor estomacal” en paracaídas de papel. Un señor, en pijama azul ducados, saca medio cuerpo por la ventana de uno de los pisos superiores y se hace con casi toda la propaganda, con la ayuda de un bastón curvado. --¡Este niño es un caso! Acaba de darle con el palo a un señor de bisoñé. El músico que toca el bombardino está a punto de una congestión. Semeja a un cocinero de cartón-piedra anunciador de un restaurante. Sopla, marcando el ritmo, como si roncara por el asma. El recaudador de contribuciones, mientras tanto, regala caramelos a los niños. Hasta sus manos ha llegado uno de aquellos botellines de un licor que parece “Emulsión Scott”, que ha bebido de un solo trago glorioso. Luego ha recitado unos versos de Schiller a su esposa, que viste harapos de oro. Silba otro mercancías, que vomita vapor justo cuando la banda interpreta “Dime que me quieres”. Al recaudador de contribuciones se le atipla la voz y sus ojos destilan lágrimas de cocodrilo por los efluvios etílicos. Cerca de éste, una cría hemoptísica, sentada junto a sus padres, tararea una coplilla infantil, mientras mira las nubes que pasan. Los domingos, ¡ay, los domingos!, el parque se llena de concierto. Del cielo siguen cayendo botellines y paracaídas de papel. El señor del pijama vuelve por sus fueros, bastón en mano y a medio vestir. La mañana se acerca inexorablemente hacia el mediodía. Un empleado de ferrocarriles me da con el codo en el hígado para que observe al ventajista de la ventana. --Es peligroso asomarse al exterior. Se me antoja que esas mismas palabras las he leído en algún sitio. Tampoco me importa demasiado. --¡Injusticias así no pasaban con Franco, caray! --¡Caray, qué! --No, caray, nada. --¡Ah! Me quedo pensativo, mientras la torre de la Catedral lanza una docena de toques de campana para quien no tenga reloj.

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