martes, 3 de noviembre de 2009

NEURASTÉNICO NOVIEMBRE

Mal empezamos este noviembre neurasténico. Nos han dejado en sólo dos días el actor José Luís López Vázquez, el escritor Francisco Ayala y el antropólogo Claude Lévi-Strauss. Todos ellos se han muerto de viejos, que es una enfermedad a la que le hacemos poco caso. ¿De qué se murió fulano? No, de nada, de viejo. Los “Recuerdos y olvidos” de Francisco Ayala, como “El mundo visto a los ochenta años”, de Ramón y Cajal, son obras para releer cuando nos aparece la primera arruga en el alma. A Ayala lo leíamos en aquellas ediciones baratas de Editorial Losada que se publicaban en Argentina y que guardaba el librero en la trastienda, junto a las obras de Valle-Inclán, y las de Ramón J. Sender, tan denostados por el franquismo. A Cajal podíamos encontrarlo en la Colección Austral, que para eso era Premio Nobel español y se había muerto antes de la guerra. Tuvo como discípulo aventajado a Juan Negrín, pero eso no se contaba en las solapillas. Francisco Ayala era otra cosa. Ayala había sido letrado de las Cortes en 1932, siendo presidente Besteiro y, antes, en 1927, había publicado en la Revista de Occidente una crónica sobre “Mariana Pineda”, de García Lorca. José Luis López Vázquez, en cambio, fue el actor de la época del desarrollismo, que lo mismo sirvió para un roto que para un descosido. Hizo películas “comestibles”-- como él decía-- carentes del menor interés artístico, aunque ayudaban a llevar dinero a casa, (“Sor Citroën”, “Novio a la vista”, etc.); y, otras, verdaderas obras de arte: “Plácido”,”Mi querida señorita”, “La escopeta nacional”, “La prima Angélica”... Sobre Claude Lévi-Strauss no me extenderé mucho. Aquel que desee conocer su vida puede acercarse a Wikipedia. Sólo diré de este antropólogo que durante un periodo de su vida --entre 1935 y 1939--, estuvo en Mato Grosso. En 1955 publicó un libro, “Tristes trópicos”, sobre su etapa brasileña. Quizás su mejor obra. Le negaron el Premio Goncourt, con el absurdo pretexto de que su escrito no era de ficción. Empieza noviembre, ese mes hipocondríaco que tanto me desconsuela. Es el portal de diciembre, ese mes con encuentros familiares en los que, sin saber por qué razón, siempre se acaba riñendo.

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