miércoles, 2 de marzo de 2011

Enrique Curiel


Se murió Pilar Brabo en los noventa, ahora se ha muerto Enrique Curiel y Gerardo Iglesias está fuera del juego político. Sólo queda Carrillo. Ya podemos bajar la persiana. “Abierto hasta agotar existencias”. El agricultor Cayo Lara y el profesor Teodulfo Lagunero todavía resisten, pero entre bambalinas. Gaspar Llamazares parece que se mueve, pero en los archivos del FBI, que publicó una imagen envejecida digitalmente suya para que se confundiese con Osama ben Laden. Ninguno de ellos forma parte de aquel rojerío “light” y atemperado que dio tantos titulares a la prensa gráfica de la Transición, cuando Carrillo, ya sin peluca que llevarse a la cabeza sufrió el batacazo de 1982. Luego la pataleta y un PCE noqueado que se escindiría en dos: los “gerardistas”, que defendían la “convergencia electoral” y los “carrillistas”, que fundarían en 1985 el Partido Comunista de los Pueblos de España, que era la misma letra con distinta música. Y en medio de ese cambalache ideológico, Enrique Curiel, que llegaría a ser vicesecretario general con los “gerardistas”; y que, mas tarde, formaría parte de Izquierda Unida, hasta que llegaron sus discrepancias con Gerardín, hasta que en 1990 se decidió a apostar por otro caballo ganador, es decir, por el PSOE de Felipe, que todavía tenía cuerda para rato. Toda una política de enredo en el interior de una gota de agua. Se ha muerto Enrique Curiel y sólo nos queda vivo Carrillo, que no hay quien lo mate. Hace pocas fechas, con motivo del trigésimo aniversario del intento de golpe de Estado, charlaba animadamente con Manuel Fraga en los escaños del Congreso. Eran la viva estampa de dos faraones sentados a la fresca, a la sombra de la pirámide de Keops, como esos ancianos que antes de dormir contemplan las estrellas a la puerta de casa y se cuentan batallitas con distinta perspectiva, cada uno desde la experiencia vivida en su respectivo bando. El día que se acabó la Transición concluyó también nuestra inocencia. Los españoles pensábamos que después de Franco llegaría el diluvio y no fue así. Nuestra personal nave de Noé se quedó en dique seco. Y allí sigue, como la barca de Chanquete.

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