domingo, 27 de marzo de 2011
Estamos copados
En su artículo “Eliminar”, cuenta hoy Manuel Vicent en El País algo que todos sabíamos, pero que hace que nos engañemos a nosotros mismos. Expone Vicent: “Pones el cursor sobre el icono para eliminar el mensaje que has mandado o recibido a través de la Red, le das al ratón, el texto desaparece de la pantalla, se va a la papelera y allí queda a la espera de una segunda oportunidad para seguir existiendo. El sistema te pregunta si quieres borrarlo definitivamente. Aprietas la tecla con toda tu omnipotencia y crees que el texto ha sido aniquilado para siempre, pero no es así. No has hecho sino encerrarlo en un habitáculo secreto del disco duro y tirar la llave. Sucede que esa llave la puede encontrar con relativa facilidad un experto informático o un policía que siga tu rastro por orden del juez. Llegado el caso se abrirá esa cámara negra y quedarás al descubierto. Si entras en la Red, ya nunca estarás a salvo”. Algo parecido sucede con el bautismo. Nacemos, según cuentan los doctores de la Iglesia, esos que saben responder, con el pecado original incrustado en nuestro ser y heredado de nuestros primeros padres. Pero que, mediante el sacramento del bautismo administrado por un sacerdote o por cualquier persona en pleno uso de razón,”se borra el pecado original y otro que hubiere en el que se bautiza”, según reza el catecismo del padre Gaspar Astete. Los pecados veniales, según consta en ese catecismo, “no son necesario confesarlos, más es bueno y provechoso”. Es un alivio. De la misma manera, los curas, cuando acudimos al confesionario después de haber hecho examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de enmienda, y nos comprometemos a la satisfacción de obra tras la confesión de boca, deberían disponer de un botón en esa garita “ad hoc” donde los pecados fuesen a la papelera de reciclaje hasta que, contestando a una nueva pregunta y aplicando el dedo sobre otro icono, se borrase definitivamente el pecado mortal del “sistema informático” del alma, o de la terminal del disco duro guardado en el Cielo. Pero eso tampoco es posible. Si la has hecho, seguro que la pagas. Aunque mediante la confesión se haya borrado el pecado, resulta que en el Más Allá, el experto informático celestial, llámese san Pedro o san Josemaría Escrivá de Balaguer, puede volver a abrir nuestra cámara negra y quedar al descubierto nuestros pecados mortales, veniales y mediopensionistas. Como indica Manuel Vicent: “si entras en la Red, ya nunca estarás a salvo”. De la misma manera, cuando al poco tiempo de nacer, nuestros padres nos llevaron a la parroquia para bautizarnos, nos metieron de hoz y coz en un club donde ya no existe salida posible. Por más que apostatemos por escrito, el obispo de la diócesis nos contestarán a vuelta de correo, si es que nos contesta, que no creo, que el Bautismo es un sacramento que imprime carácter, es decir, que no se pueden modificar las estadísticas de fieles católicos censados en España. Podremos dejar de asistir a misa, o renegar en la barra del bar de nuestros afectos religiosos, pero de nada servirá nuestro manifiesto “pataleo” a efectos prácticos. Estamos en el sinfín de un laberinto de difícil manejo. O sea, estamos copados.
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