domingo, 21 de agosto de 2011
Vergonzosa sumisión
Pues nada, moreno, que lo de ayer tarde en Cuatro Vientos me recordó el final de la película “Guantanamera”; ya saben, cuando la repentina muerte de Yoyita provoca el viaje de Cándido, Gina y su marido Adolfo, funcionario del Estado, para transportar el cuerpo de Yoyita siguiendo un nuevo plan estatal diseñado para ahorrar dinero en el traslado de los fallecidos. Y al final, cuando Adolfo pretende largar un mítin infumable desde un altillo, comienza a diluviar, y los presentes huyen en estampida. Ayer en Cuatro Vientos, digo, uno de los cuatro ventolines, no sabría decirles cuál de ellos, pero malo, malo, capaz de doblar los cadáveres, se llevó por delante el solideo papal, los capelos cardenalicios, parte de las pompas y engreimientos, la cruz de las JMJ, varias carpas portátiles, no sé cuántas tocas de monjas dulces y silentes y más de un bisoñé del caballero con entrada preferente, al que le había tocado la chochona en la tómbola de las vanidades. El Obispo de Roma no pudo continuar con su discurso sobre “la cultura relativista dominante”, que tiene tela, entre rayos, centellas y más de cuarenta grados de temperatura. Ya lo dijo un aficionado taurino sentado en el fondo de la andanada: "¡Chiquillo, qué calor tiene que hacer en la barrera de sombra con lo que sale de sol!". Hoy el Papa regresará a ese pequeño país de 44 hectáreas y que, curiosamante, tiene como lengua oficial el latín, que comenzó su existencia en 1929 por los Pactos de Letrán, firmados por Pietro Gasparri, en representación de la Santa Sede, y Benito Mussolini, primer ministro italiano, en representación del rey Víctor Manuel III, durante el pontificado de Pío XI. Cinco días, una eternidad, que han dado para muchas bendiciones apostólicas, muchas confesiones bajo el cielo de El Retiro, muchos actos protocolarios de alfombra roja, incienso, púrpura y vasallaje, mucho grito de “¡viva Cristo Rey!” y demasiados porrazos indiscriminados a la población civil, a la soberanía que reside en el Pueblo, por parte de unos policías que nos hicieron recordar a los que ya tenemos muchos años las duras actuaciones de los “grises” en la peor época franquista, o en el opaco Chile de Pinochet. Los católicos de toda condición, incluidos los seguidores del iluminado Kiko Argüello y del arrebatado Escrivá de Balaguer, están en su derecho de rezar por los pecadores, de condenar el aborto y los matrimonios del mismo sexo, de salir a la calle ondeando banderas victoriosas al paso alegre de la paz, de llenar plazas y de cantar letrillas pastoriles al estilo de María Ostiz. Todo ello muy respetable en su conjunto. Pero los ciudadanos hartos, que ya somos legión, y los españoles en general, gobernados desde hace más de siete años por un sansirolé que sólo sabe dar palos de ciego en el BOE, y que no acertamos a comprender ese excesivo gasto suntuario que supone una tragedia para un país al borde del cantil, como es la actual situación de España, también estamos en el derecho soberano de manifestar nuestra protesta, tanto frente al gasto que supone la visita de Benedicto XVI como a la contemplación estupefacta de la vergonzosa sumisión de Reyes y miembros del Gobierno hacia el obispo de Roma, dentro del ámbito de un Estado aconfesional. ¿Protocolo y honores para un jefe de Estado en visita a España? La respuesta es sí, como no podría ser de otra manera. Pero vergonzosa sumisión: rotundamente no. ¡Qué dirán de nosotros en Europa!
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