sábado, 6 de agosto de 2011
Plebeyismo
En su artículo “Democracia morbosa”, ya Ortega en 1916 dejaba escrito que “conviene que vayamos preparando la revolución contra el plebeyismo, el más insufrible de los tiranos”. Ahora el candidato Rubalcaba anda de bureo.Y ya ha viajado a Soria para estar cerca del ciudadano de a pie. Prefiere el contacto directo con la gente que los mítines de partido en plazas de toros. Reducir la forma de acción a veces obra milagros. Así, cuando el rejoneador, tras lograr piruetas con el caballo de auténtica belleza, se apea de la cabalgadura para estoquear a ese toro bravo que no acaba de rodar por el albero tras haber recibido el preceptivo rejón de muerte, se acerca aún más si cabe a esa afición que todavía espera deleitarse con varios capotazos de postín antes de que al toro le recete el acero. Es la cercanía, tanto del político con el ciudadano a pie de calle, como del rejoneador con el astado a pie de arena, lo que iguala por abajo. El ciudadano con vocación de acendrado plebeyo -y así lo entendía Ortega entonces, refiriéndose al hombre de pueblo- tiene una rara capacidad admirativa. Las revistas gráficas se “inventaron” para que la plebe pudiese igualarse por abajo con reyes, príncipes y la alta y distante burguesía. ¿Imaginan de dónde copiaban nuestras abuelas los patrones de la moda de París? Sin duda, puesto que casi no se viajaba, de las revistas “Blanco y Negro” y de “La Esfera”. Y en tiempos actuales, el hecho de poder observar mediante fotografías a todo color el interior de los salones de esa “sociedad intocable”, sus vestidos, sus poses, sus frases-papilla muy bien estudiadas y el conjunto de sus niños, todos muy rubios por el milagro de la camomila, sirve para que la mujer de un jornalero, o la de un empleado de “Transfesa”, pueda soñar despierta con la cabeza bajo el tedioso secador de la peluquería. Si un día alguno de esos personajes como de otro mundo aparecidos en las sobadas revistas de actualidad, que para ellos constituyen fotos de su particular álbum familiar pese a no conocerlos, llega a su ciudad, de inmediato buscan hueco en una céntrica calle con mucha antelación para percibirlos de cerca y poder comentar más tarde a sus convecinos que es como aparece en televisión, aunque algo más delgado. El personaje en cuestión es lo de menos. Da igual que se trate de Letizia Ortiz que de Kiko Matamoros; de Belén Esteban, que de la duquesa de Alba; de Amador Mohedano, que de Jorge Javier Vázquez. Para la plebe, con hambruna de sueños y que desconoce alcurnias, blasones y demás zarandajas, lo interesante es el personaje llegado a su ciudad “en carne mortal”, o a la arena de esa hortera playa mediterránea donde el curioso pasa unos días de agosto en un apartamento alquilado. Y le seduce tanto más el personaje en función de las veces que lo contempla en televisión en sesiones de tarde y noche, o que aparece en “Hola” o “Diez Minutos” de forma machacona. También la geografía tiene su importancia en las actitudes de esos curiosos plebeyos. Doy por hecho que la boda de la infanta Elena con Jaime Marichalar hubiese tenido diferente tratamiento popular, también informativo, de haberse celebrado en Bilbao en vez de en Sevilla. Ese insufrible tirano, la plebeyez, ahonda más sus tentáculos en el Sur, como sucede con la cerveza “Cruzcampo”. Desconozco la razón, aunque la intuyo.
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