lunes, 19 de marzo de 2012

Tralla de arreo


Existe un artículo de Camilo José Cela incrustado casi al final de un libro, “La rueda de los ocios”, (Alfaguara, 1972) que me ha trasladado a otro tiempo. El artículo en cuestión, “Elegía de los autobuses pequeños, saltarines, desvencijados”, es íntimo y de una cordialidad que sólo he visto en el Cela que se desnuda para enseñarnos su alma de viajero polvoriento aunque dulce y humano. Me sucedió leyendo “La rosa” y me sobrevino con algunos personajes de “El gallego y su cuadrilla”. “Los autobuses viejos –cuenta Cela- tratan de prolongar su vida, aun a costa de apurar su vejez, porque saben que la muerte es implacable y no perdona; que a rey muerto, rey puesto, y que un amor, ¡ay!, saca otro amor, igual, exactamente igual, que un clavo saca otro clavo”.Cuando Cela se pone tierno hay que dejarle que fluya por las páginas como un riachuelo danzarín de aguas nerviosas y claras. Ya no existen aquellos autobuses destartalados. Los devoró la ITV, esa inspección técnica necesaria aunque fatal para quienes viajábamos “como en familia” por caminos polvorientos y llenos de curvas en los que era necesario tocar la bocina, entre adoquines y dos filas de árboles con el tronco pintado de blanco. Y bajaban el Puerto del Escudo y subían el Puerto de la Bigornia en marcha corta, para no cansar demasiado los engranajes de las tripas de aquellos viejos cacharros. En la parte de arriba iban los bultos bien ensogados para que no se moviesen con el traqueteo. Y en cada pueblo del recorrido, al apearse el viajero, éste esperaba paciente a que el chófer casi trepara por una escalerilla trasera y le hiciese entrega de su valija. En otros pueblos se hacía parada y fonda durante el tiempo necesario para poder tomar un bocado, estirar las piernas y, si era menester, exonerar el vientre. Al final, camino arriba, camino a bajo, los viajeros llegaban a su destino con un retraso que siempre era interpretado como razonable. Qué quieren que les diga. Hoy se conmemora el segundo centenario de La Pepa y he preferido no hurgar en la llaga de los despropósitos del nuevo Gobierno. En Cádiz, esa “La Habana con más salero” tal y como la entendió Antonio Burgos, Rajoy ha aprovechado el viaje al Sur y el performance vecinal para “justificar” en un plúmbeo discurso, en el Oratorio de San Felipe Neri, sus reformas económicas. Según la crónica local y las televisiones, el rey ha sido muy aplaudido tras su discurso, alrededor de minuto y medio. Mañana, cuando ya se haya terminado el perfomance zascandil y se recojan pendones y gallardetes para mejor ocasión, todos los españoles estaremos pendientes de lo que pueda suceder el próximo domingo, 25 de marzo, en las urnas andaluzas y asturianas. Si les digo la verdad, me da igual que el Palacio de San Telmo sea ocupado por Arenas, por Griñán o por la duquesa de Benamejí. Tal tiene, que saber no tiene, y tal ha tenido, que tener no ha sabido, o sea.

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