Hay días en los que uno sale a dar una vuelta al caer la
tarde y regresa a casa como si le hubiese pasado por encima un camión de
sifones y oranges. Meterse por el casco viejo de Zaragoza tiene esas cosas. En
una placilla, muy cerca de El Tubo observé que había libros en la puerta. Se me
hizo raro, porque aquella librería de viejo siempre trabajaba a puerta cerrada.
Pues bien, un cartelillo decía que el precio de los libros estaban abriendo las
tapas. En efecto, el importe aparecía escrito a lapicero en el ángulo superior
derecho. Y allí estuve mirando con la espalda rendida como si buscase
caracoles. No encontré nada que mereciera mi atención y decidí pasar al
interior. Allí sí había en las diversas estanterías libros más interesantes. En un
momento determinado, en una balda a la altura del ombligo, del salon en el ángulo oscuro, había dos tomos con
lomo de piel y bastante bien conservados que me llamaron la atención
sobremanera. Se trataba de dos ejemplares (tomo I y tomo II) de la primera
edición de las
Obras de
G. A. Bécquer (Madrid. Imprenta de
T. Fortanet, 1871) con prólogo de
Ramón Rodríguez Correa, su gran amigo,
el mismo que en 1858 hizo publicar en
La Crónica de Madrid su primera leyenda:
El caudillo de las manos rojas; el mismo
que dos años antes, en 1856, le había conseguido un puesto de trabajo en la Dirección de Bienes
Nacionales con un sueldo de 3.000 reales; el mismo que cuando
José Luis Albareda fundó
El Contemporáneo logró que Bécquer
entrase a formar parte de la redacción; el mismo que recibió una carta desde
Soria de su amigo
Gustavo en 1861;
el mismo, en fin, que se hizo con todos los manuscritos del poeta al día
siguiente de su muerte con intención de publicarlos… Pero mi gozo cayó en un
pozo cuando pregunté por el precio de esos dos tomos. ¡Nada menos que 1.500
euros! Los devolví a su estantería y regresé hacia casa con una cierta
melancolía. Es evidente que no podría pagar ese dineral ni aunque me ofreciesen
El libro de los gorriones de puño y
letra de su autor. Hay caprichos que no me puedo permitir. Como cantaba
Machín, no se pueden tener dos amores a la vez sin estar loco.
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