Nicolás Salas, en
El Correo de Andalucía, recuerda hoy que el próximo 16 de mayo se
cumplen 96 años de la muerte de José
Gómez Ortega en Talavera de la
Reina. “La llegada de los restos a Sevilla –escribe Salas- fue
rodeada del fervor popular, que le acompañó hasta el cementerio de San
Fernando, viviéndose momentos de intensa emoción al paso por la Alameda de Hércules y
cruzar por delante de su hogar”. (…) “El Cabildo Catedral accedió a celebrar
los funerales en el templo metropolitano, en la mañana del día 22 de mayo. El
hecho produjo malestar en sectores de la alta burguesía y aristocracia
sevillanas, que no aceptaron que un torero y de raza gitana tuviera sus
funerales en la Catedral,
como más adelante conoceremos por la pluma del canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón. Pero lo
cierto es con motivo de su funeral en la Catedral, una parte de la burguesía y
aristocracia sevillanas expresó públicamente su incultura, su fanatismo
religioso, su racismo e insolidaridad social”. (…) “Y el pueblo de Sevilla, por
suscripción popular a través de El Correo
de Andalucía, regaló al canónigo una pluma de oro. Es la que todas las
Semanas Santas, desde 1921, lleva la Esperanza
Macarena prendida en sus sayas”. Después de buscar mucho
la pluma en una foto, al fin la he encontrado bajo la lazada roja que luce la Virgen cuando la
procesionan por las calles de Sevilla. Más tarde he reparado que tal lazada
roja forma parte del fajín de general de Gonzalo
Queipo de Llano, enterrado en La Macarena tras su muerte, acaecida el 9 de marzo
de 1951. Según Paul Preston, en “La forja de un asesino: el general Queipo de
Llano” (incluido en su volumen “Lidiando
con el pasado. Represión y memoria de la Guerra Civil y el franquismo”) “el hombre que había presidido el asesinato de
decenas de miles de andaluces fue enterrado como un penitente de la Cofradía de la Virgen de la Macarena”, y que “lo que le faltaba de
intelecto, parecía compensarlo en energía y agresividad”. Fue un tipo
asqueroso, que “al mismo tiempo que estaba jurando lealtad a Martínez Barrio, estaba también en
contacto por correspondencia con el general Mola sobre su posible incorporación a la conspiración militar”. Por
si ello fuera poco, para dirigir la represión ese general “escogió a un sádico
brutal, el capitán de infantería Manuel
Díaz Criado”, al que Preston define como “un gángster degenerado que usó su
cargo para saciar su sed de sangre, enriquecerse y lograr placer sexual”. Si
los sevillanos tuviesen dignidad, ya hace tiempo que habrían presionado para
que los restos de ese tipejo, también los de Genoveva, su mujer, fuesen desenterrados
de la basílica menor de la Esperanza
Macarena, construida en 1949, donde no merecen permanecer. Estarían mejor, a mi entender, en la fosa
común del Cementerio de San Fernando. Si los sevillanos tuviesen decoro, digo,
no consentirían que se procesionase a la Virgen con ese fajín. Curiosamente, en el momento
en que es proclamada la
Segunda República, algunos individuos incontrolados saquearon
diversos templos sevillanos, y ante el peligro el sacristán de San Gil, donde
se encontraba la talla, trasladó la imagen a su casa y la metió en su cama
simulando una persona. Llegada la noche, la trasladó al cementerio de San
Fernando y argumentando ser un marmolista, la depositó en la sepultura de Joselito, donde permaneció oculta
durante dos meses sin que nadie, a excepción del torero Ignacio Sánchez Mejías (cuñado del torero muerto) conociera su
paradero. En la actualidad, la
Macarena lleva peluca natural, cedida a su muerte por los
herederos de Juanita Reina. Por
cierto, Carlos Herrera escribió un
trabajo en XL Semanal el 10 de abril
de 2006 (“El fajín de la Macarena”)
absolutamente bochornoso. Pero no seré yo el que dé publicidad a ese osado.
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