martes, 3 de noviembre de 2020

Azaña: ochenta años de olvido

 

Hoy hace ochenta años que murió en el exilio de Montauban, tal vez de melancolía, don Manuel Azaña Díaz, último presidente de la II República. El tiempo pasa deprisa y los recuerdos de un tiempo pasado se amontonan en el recuerdo colectivo como un montón de hojas secas en la rinconera de un parque. Manuel Azaña fue un político, pero también un intelectual que en dura lucha contra su contrincante Gregorio Marañón consiguió alzarse “con el santo y la peana” del Ateneo de Madrid desde el 18 de junio de 1930 hasta el 30 de mayo de 1932. En sus Obras Completas queda constancia del discurso por él leído el 30 de noviembre de 1930 con motivo de la apertura de curso. Entresaco sólo unos granos de azúcar del azucarero: Madrid se deja pisotear por los menudos pies de la bailarina. Luchan en la plaza un tigre y un toro: el tigre muere, y se forma una sociedad de salvamento del toro para que, curado, pueda estoquearlo Cúchares; la prensa publica el parte diario con los altibajos de la calentura del toro. Una noche pasa el viático junto al Teatro del Instituto: la escena se interrumpe, y el público permanece de hinojos hasta que deja de oírse la campanilla”. Todavía se conserva su despacho y la Sala Azaña compuesta con los decorados que sirvieron para poner en escena en 1917, en el Teatro Español, la obra de Federico Oliver “El Pueblo dormido”, donde se incluyen los lienzos de Beruete, Monleón, Ferriz y Lhardy. Posteriormente, su sobrina Enriqueta Azaña donó al Ateneo el título de Bachiller con la calificación de “aprobado”, fechado el 29 de abril de 1894, otorgado por  madrileño Instituto Cardenal Cisneros.

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