Azaña: ochenta años de olvido
Hoy hace ochenta años que murió en el exilio de Montauban,
tal vez de melancolía, don Manuel Azaña
Díaz, último presidente de la II República. El tiempo pasa deprisa y los
recuerdos de un tiempo pasado se amontonan en el recuerdo colectivo como un
montón de hojas secas en la rinconera de un parque. Manuel Azaña fue un
político, pero también un intelectual que en dura lucha contra su contrincante Gregorio Marañón consiguió alzarse “con
el santo y la peana” del Ateneo de Madrid
desde el 18 de junio de 1930 hasta el 30 de mayo de 1932. En sus Obras Completas queda constancia del
discurso por él leído el 30 de noviembre de 1930 con motivo de la apertura de curso.
Entresaco sólo unos granos de azúcar del azucarero:
“Madrid se deja pisotear por los menudos pies de
la bailarina. Luchan en la plaza un tigre y un toro: el tigre muere, y se forma
una sociedad de salvamento del toro para que, curado, pueda estoquearlo
Cúchares; la prensa publica el parte diario con los altibajos de la calentura
del toro. Una noche pasa el viático junto al Teatro del Instituto: la escena se
interrumpe, y el público permanece de hinojos hasta que deja de oírse la
campanilla”. Todavía se
conserva su despacho y la Sala Azaña
compuesta con los decorados que sirvieron para poner en escena en 1917, en el Teatro Español, la obra de Federico
Oliver “El Pueblo dormido”, donde
se incluyen los lienzos de Beruete, Monleón, Ferriz y Lhardy.
Posteriormente, su sobrina Enriqueta Azaña donó al Ateneo el título de
Bachiller con la calificación de “aprobado”, fechado el 29 de abril de 1894,
otorgado por madrileño Instituto Cardenal Cisneros.
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