El artículo de José María de Loma, leído hoy en El Periódico de Aragón, está lleno de greguerías al más exquisito estilo ramoniano. Dice que “aguinaldo suena a nombre antiguo de señor con boina”, que “en un milhojas caben tres novelas”, que “mentecato suena a insulto navideño” y que “la Parca nos mira haciendo zigzag”. Genial. Pero lo más gracioso, si cabe, es cuando De Loma hace referencia a una señora dirigiéndose al tendero: “El pavo me lo pone pequeño, que somos seis, a uno no le gusta y el niño me ha salido vegano pero buenos viajes que le mete al jamón”. De Loma se pregunta -yo también me lo pregunto- si las peladillas todavía existen. Las Parcas se llamaban Nona, Décima y Morta. Eran tres hermanas hilanderas que personificaban el nacimiento, la vida y la muerte. Escribían el destino de los hombres en paredones de bronce con letra indeleble. Se acerca las fechas navideñas y los califas de los 17 reinos de taifas abrirán las puertas del campo para que los ciudadanos confinados podamos divisar un paisaje desolador de negocios arruinados, sonámbulos con mascarillas y el chirriante tararí-tatará de un cornetín de órdenes lleno de cardenillo recordando a los presentes que la fiesta familiar de reencuentro concluye a la una de la madrugada. Pero, ¿todavía existen las peladillas? Para mí que es un dulce olvidado, como aquellas anguilas enroscadas de mazapán que iban en cajas de cartón y sin fecha de caducidad. Sabías de qué año aproximado eran por su dureza, cuando les clavabas el diente. De tanto confinamiento, nos hemos convertido en unos voyeurs de ventana a los que se nos ha estropeado el catalejo y sólo llegamos a adivinar la oscuridad y el misterio. Como decía Manuel Alvar, “nos hemos quedado tuertos del ojo sano en medio de una leyenda blanca absolutamente necia y una leyenda negra absolutamente malvada”. Y lo peor de todo es que ya no aguantamos ni una jodida broma.
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