jueves, 26 de noviembre de 2020

¿Todavía existen las peladillas?

 


El artículo de José María de Loma, leído hoy en El Periódico de Aragón, está lleno de greguerías al más exquisito estilo ramoniano. Dice que “aguinaldo suena a nombre antiguo de señor con boina”, que “en un milhojas caben tres novelas”, que “mentecato suena a insulto navideño” y que “la Parca nos mira haciendo zigzag”. Genial. Pero lo más gracioso, si cabe, es cuando De Loma hace referencia a una señora dirigiéndose al tendero: “El pavo me lo pone pequeño, que somos seis, a uno no le gusta y el niño me ha salido vegano pero buenos viajes que le mete al jamón”. De Loma se pregunta -yo también me lo pregunto- si las peladillas todavía existen. Las Parcas se llamaban Nona, Décima y Morta. Eran tres hermanas hilanderas que personificaban el nacimiento, la vida y la muerte. Escribían el destino de los hombres en paredones de bronce con letra indeleble. Se acerca las fechas navideñas y los califas de los 17 reinos de taifas abrirán las puertas del campo para que los ciudadanos confinados podamos divisar un paisaje desolador de negocios arruinados, sonámbulos con mascarillas y el chirriante tararí-tatará de un cornetín de órdenes lleno de cardenillo recordando a los presentes que la fiesta familiar de reencuentro concluye a la una de la madrugada. Pero, ¿todavía existen las peladillas? Para mí que es un dulce olvidado, como aquellas anguilas enroscadas de mazapán que iban en cajas de cartón y sin fecha de caducidad. Sabías de qué año aproximado eran por su dureza, cuando les clavabas el diente. De tanto confinamiento, nos hemos convertido en unos voyeurs de ventana a los que se nos ha estropeado el catalejo y sólo llegamos a adivinar la oscuridad y el misterio. Como decía Manuel Alvar, “nos hemos quedado tuertos del ojo sano en medio de una leyenda blanca absolutamente necia y una leyenda negra absolutamente malvada”. Y lo peor de todo es que ya no aguantamos ni una jodida broma.

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