martes, 3 de noviembre de 2020

Sor Sonrisa en el recuerdo

 

Las monjas de clausura del convento de San Miguel, en Trujillo (Cáceres), bailan “JerusalemaChallengue”; las monjas de Santa Clara de Manresa bailan en Tik Tok para pedir ayudas para su Fundación san Francisco de Asís; y las monjas de Valladolid pasaron el confinamiento bailando “Resistiré”. Al menos, eso leo hoy en El País. Antes, a las monjas de clausura había que verlas a través de una reja y se ganaban el sustento horneando pastelillos, hojaldrados, yemas y roscos de limón. Cada uno de sus delicados productos llevaba un nombre: bollitos de santa Inés,  mazapán de san Clemente, yemas de san Leandro, amarguillos, nicanores, etcétera. Todos ellos pertenecían a recetarios centenarios transmitidos de generación en generación. Y se vendían a través de un modesto torno, sin que se le pudiese ver el rostro a la religiosa. Pero ahora a las monjas les ha dado por el son, la pachanga y el merengue, las maracas, la marimba y el bongó. Todavía recuerdo a la hermana Luc-Gabriel, más conocida como sor Sonrisa, aquella monja belga cuyo nombre verdadero era el de  Jeanne-Paule Marie Deckers y que con su canción “Dominique” alcanzó un éxito mundial allá por 1963. Eso sí, por aquello de los votos de pobreza, castidad y obediencia, los suculentos derechos de autor fueron a parar al Convento de Fichermont, en Waterloo. Más tarde la monja cantarina colgó los hábitos y se salió del convento. Y el  29 de marzo de 1985 decidió suicidarse junto a su compañera sentimental Annie.

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