jueves, 17 de julio de 2025

A beneficio de inventario


 

Las simplezas, vengan de donde vengan, casi siempre ‘imprimen carácter’ en los creyentes, como aseveraron los doctores de la Iglesia católica que, al menos según constaba en los rancios catecismos de la doctrina cristiana (tanto el “Ripalda” como el “Astete”) saben responder, como sobreviene, insisten, tras recibir los sacramentos del bautismo y del orden. Por el primero desaparece el pecado original, por el segundo se señala quién puede perdonar los pecados aunque éstos sean en diferido. Pero no se debería olvidar que, por ejemplo, en 1437 el obispo Alonso de Madrigal, alias El Tostado, ordenó a los abulenses, fuesen cristianos, moros o judíos, si contribuían con madera, cal y ladrillos a las obras de la iglesia de San Nicolás. En rigor, muy poco serio. Como nos recordaba Américo Castro, “de no haber existido conversos ni Inquisición, no existirían ‘La Celestina’, la poesía de fray Luis de León, la de Góngora, las obras de Cervantes y muchas otras extraordinarias realizaciones”. Y Castro añadía a ese respecto  que “la subordinación de la cultura secular a la religiosa impidió a los españoles incorporarse al curso de la civilización europea”. Tal es así que  “desde el siglo XVI, a medida que avanzaba éste, fue desculturizándose Castilla. Se acabaron las matemáticas, dejó de estudiarse a Copérnico en Salamanca. La física de Aristóteles se juzgaba cristiano-vieja, mientras la física de Galileo y Newton era calificada de judaica. Un científico de la talla de Jorge Juan todavía tuvo que escribir que la tierra no se movía y hubo que esperar a 1900 y al conde de Romanones para que el Estado, y no las provincias, pagasen a los maestros de escuela”. Es cruel jugar con la aprensión ajena, más todavía cuando tal siniestra perfidia se traduce en beneficio de inventario. En el apartado de las ‘noticias de Toro’ de El Correo de Zamora he podido ver días pasados niños de primera comunión en la procesión del Corpus, niños de primera comunión en la procesión del Corazón de Jesús, niños de primera comunión en la procesión del Carmen… Parece como si desde siempre los toresanos, que levantaron la ciudad sobre una barranquera erosionada, anduviesen con el bordón y la alforja del peregrino a cuestas por sortear, además de los meandros del Duero, las trampas del demonio.

 

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