
De entre los mitos persistentes en Zaragoza he
seleccionado solo cuatro de ellos, los
que señalan los guías a los turistas de hoteles de una noche ad
maiorem Dei gloriam,
o sea, el mito del cojo del Calanda, el
de las bombas que no detonaron, el caso de un duende con mala leche y la tradición
de la venida de la Virgen en carne mortal. Un tal Miguel
Juan Pellicer, de Calanda de nación, perdió su pierna derecha en 1640 y,
como si se tratase de un geranio, le volvió a brotar. Así lo
confirmaron el cirujano y algebrista Juan
Estanga, del Hospital de Nuestra Señora
de Gracia, que le atendió y se la amputó; Juan Lorenzo García, el practicante que la enterró en el jardín; y
los cientos de personas que a diario veían al cojo Pellicer pedir limosna a las
puertas del Pilar sin una de sus extremidades después de haber untado su muñón
con el aceite de las lamparillas del camarín del templo. Existe un cuadro
dentro de la basílica que explica el prodigio en español y en inglés, así como
la declaración de una sentencia de 27 de
abril de 1641 firmada por Pedro de
Apaolaza Ramírez, arzobispo de Zaragoza. Por otro lado, a fecha de hoy
todavía están colgadas en el interior de la basílica del Pilar, como si se tratase
de dos jamones de Trevélez, dos de las cuatro bombas lanzadas contra el templo
desde un aeroplano Fokker trimotor de
las Líneas Aéreas Postales Españolas
militarizado por la República en la madrugada del 3 de agosto de 1936. Otra
bomba cayó en la explanada, y una cuarta, en el cauce del Ebro. Aquellas bombas
llevaban las espoletas mal montadas a juicio de un mando de Artillería y, según
él, estaban diseñadas para explosionar desde una altura de 500 metros. Al ser lanzadas
al vacío desde 150 metros el resultado fue una pifia. La que sí estalló fue una
bomba casera en octubre de 2013, colocada por un grupo de anarquistas (la mayoría
de ellos extranjeros) que rompió algún banco y poco más. Otro suceso que hizo
correr ríos de tinta fue el caso del duende, en 1934, en el número 2 de la zaragozana
calle Gascón y Gotor. Un misterio que quedó sin resolver. Se supone que fue un
caso de ventriloquía llevado a cobo por un vecino. Aquella misteriosa voz
proveniente de una hornilla de gas causó
desconcierto. Incluso el entonces gobernador de Zaragoza, Julio Otero Mirelis, declaró haber percibido claramente la extraña
voz que dialogaba con cuantas personas entraban en la habitación. Por último, el
persistente mito de la venida de la Virgen en carne mortal a Zaragoza es algo
que no se sostiene y ha quedado en la memoria colectiva como una tradición, que
respeto pero no comparto.

Un artículo leído en la prensa del filósofo Santiago Alba Rico me ha hecho
reflexionar. En su trabajo “¿Educar o
entrenar a los hijos?” divide el obrar consciente del ser humano en el
mundo en cuatro campos: educación, amor, activismo y entrenamiento. Dice al
respecto: “Hay que educar a los niños para el mundo; hay que amarlos para que
sufran lo menos posible en él. Es esta confusión la que produce los ‘niños
mimados’, fruto de un amor no corregido por la educación y que se cree o se
pretende omnipotente”. Y Alba pone el ejemplo del príncipe nepalí Gautana Sidarta, más conocido como Buda, que en sánscrito significa “el que ha despertado”, como le sucede a
la flor de loto, que sale del barro, atraviesa el agua y florece en el
exterior. A Buda, su padre, el rey Sudodana,
le ocultó durante los años de su niñez a los ancianos, los enfermos y los
muertos. Hasta que un día, dando una vuelta por el exterior de palacio con su
cochero Chana descubrió a un mendigo.
El cochero le señaló que los humanos también envejecían y morían. Aquel día
Buda descubrió que los pobres no aman menos que los ricos, pero no
tienen los medios para ocultar la verdad a sus hijos durante mucho tiempo.
Cierto. Cuando en una casa hay penurias económicas y falta de garbanzos todo se
torna más triste y preocupante para las familias con pocos recursos, que en
España son legión. Los progenitores intentan educar a sus hijos en los cuatro
campos antedichos. Algunos lo consiguen. Otros no y tiran la toalla, al igual
que le sucede al polluelo pusilánime, cuando descubre que el meollo seco y acorchado no
compensa el esfuerzo de partir la cáscara y tener que aprender a volar para sobrevivir. En ocasiones, la flor de loto, esa
rosa del Nilo azul (también las hay rojas y blancas) casi siempre con sus ocho
pétalos cerrados, y que significa
sabiduría y conocimiento, muere en su intento de salir a la luz para
florecer. Es harto dificultoso el deseo humano de borrar el pasado para
comenzar de nuevo. Sobre todo, cuando las circunstancias no ayudan.

Me preocupa algo que hoy señala El País:”Las subidas de la factura de la luz, los alquileres y las
deudas ponen contra las cuerdas a tiendas de proximidad”. A mi entender, lo que
sucede con esas pequeñas tiendas de prendas de vestir, ferreterías, carnicerías,
ultramarinos, zapaterías, etcétera, es que tienen los días contados desde hace
ya mucho tiempo. Hoy la gente prefiere ir directamente a las grandes
superficies o hacer sus pedidos por Internet. Los únicos negocios que
continuarán vivos serán los de hostelería, si es que se pueden denominar
hosteleros a aquellos tipos que no saben nada de ese negocio; y que, por
encontrarse en el paro o por otras razones se han hecho con el traspaso de bar
de barrio donde el dueño cesaba por jubilación o enfermedad, mal iluminado, con
servilletas de papel por el suelo, cervezas servidas sin vaso, unos excusados
sucios y camareros de mesas mal afeitados, vestidos con camisa y pantalón
negros como aquellos limpiabotas de los años 50, que ven como algo normal el uso
del tuteo aunque no te conozcan de nada y el desconocimiento en el uso de la
bandeja en los servicios de terrazas. Esos locales inmundos siempre seguirán
abiertos a un público variopinto y gritón, siempre el mismo, aunque haya un
bombardeo con drones iraníes a quinientos metros de distancia. Los españoles,
ya lo he contado en otras ocasiones, utilizan el bar como su segundo cuarto de
estar. El bar está inserto en los genes del español, como la envidia, la compra
de voluntades, el blanqueamiento de capitales, el desprecio ciudadano, el endeudamiento
enloquecido, el fútbol y el bocadillo de calamares. España, no hay que
olvidarlo, es un país que tiene más políticos a sueldo que Francia, Alemania y
Gran Bretaña juntos, y una deuda pública (1,47 billones de euros) que se nos
come por los pies. Como digo, aquí se da la paradoja de que,
presuntamente, el mayor burlador del Fisco ha sido el anterior Jefe del Estado
seguido de los políticos, y donde se están “cargando” con un veneno lento la Sanidad
pública en beneficio de la privada y la Enseñanza pública en beneficio de la concertada.
Así, mal se puede pedir a la ciudadanía desde las Instituciones que sea
responsable a la hora de hacer la Declaración de la Renta o de depositar su voto en los comicios. Si el grueso de la
carga de la deuda descontrolada la
soportan las nóminas de los trabajadores y en menor medida las rentas de
capital, vamos listos. Debería ser al revés. El triunfo de la filo fascista Giorgia Meloni en Italia con la
herramienta de sus mensajes incendiarios puede dar idea de hacia dónde vamos los europeos. La
Historia reciente nos demuestra que la izquierda desesperada siempre busca
abrigo en el fascismo a la hora de ejercer su derecho a voto. Por cierto, su padre, Francesco Meloni, fue condenado a nueve
años de cárcel por la Audiencia Provincial de Palma en septiembre de 1996 por el
delito de tráfico de drogas, y a sus dos hijos y a uno de su yernos les
condenaron a cuatro. Meloni, tras arruinarse con su restaurante “Marqués de Oristano”, en la isla de La
Gomera, aceptó en 1995 el encargo marroquí de poder ganar unos cincuenta millones de las antiguas pesetas por el transporte de la
droga desde Marruecos hasta Italia. Pero la droga transportada en el velero “Cool Star” (1.500 kilos de hachís y una
importante suma de dinero) fue descubierta por los servicios aduaneros
españoles.

En la edición crítica de Álvaro Capalvo sobre el tratado “La sopa de los conventos” (Institución
Fernando el Católico, 2013) de Vicente
de la Fuente, al hacer referencia a los mendigos con levita, se señala que “es
holgazán de levita todo aquel que, pudiendo trabajar en bien propio y del país,
come sin trabajar, pasa la vida fumando, cazando, charlando de política,
jugando y frecuentando garitos”. Y a mayor abundamiento, añade que “pertenecen
a esta clase aun muchos de los que no creerán pertenecer a ella. Por ejemplo,
todos los que sacan pensiones del gobierno para hacer por cuenta del Estado
viajes que deberían hacer por su cuenta para comisiones fantásticas e
imaginarias, los que van a tomar baños de mar por cuenta del Estado, a pretexto
de ver si las piedras de un muelle son blancas o verdes; los que escriben por
cuenta del presupuesto artículos en obsequio y elogio del gobierno que paga;
los que asedian continuamente a los ministros para sacar destinos, de los cuales
cobran el barato, y otros muchos a este tenor, que sería largo y comprometido
el expresar, todos pertenecen a la gran falange de los mendigos de levita”. Son
individuos, en fin, que no irían nunca a probar la sopa de conventos pero van a
la sopa boba”. En ese sentido, existen documentadas las quejas de un estudiante
de más de treinta años que en 1838 seguía dedicándose a la tuna. Se lamentaba de
que ya se habían acabado los tiempos en que se servían 3.000 escudillas de sopa
a las puertas de determinado convento de Salamanca. Y añoraba aquellos viejos
tiempos felices para los malos estudiantes que no miraban un libro ni por el
forro, claro, y entre los que él se encontraba. No importaba gastarse la
pensión que recibían de casa ni los esfuerzos que algunas familias debían
llevar a cabo para que él pudiese estudiar, porque tal caradura siempre hallaba
pitanza a la hora deseada. Tampoco necesitaban reloj para acercarse al
refectorio a tomar la sopa boba. Servía el de la torre de la iglesia. Hoy, por
estos páramos, los holgazanes de levita no necesitan lamentarse como en los
tiempos de Larra. Solo deben
afiliarse a un partido político, a un sindicato, o a una peña de mangantes y
tener mucha labia. Lo demás vendrá por añadidura. No olvidemos que donde
sacan miel las abejas sacan las avispas su veneno.

Contaba Cristino
Álvarez, que firmaba sus crónicas culinarias como Caius Apicius, que la decadencia del vermú llegó con la desaparición
del sifón, ya que estaba hecho el uno para el otro. También desaparecieron sin
que nos diésemos cuenta aquellos botellines monodosis que en los bares de los
pueblos acostumbraban a volcar sobre copas triangulares de cóctel con una
aceituna dentro, o una rodaja de limón. El sifón, al que con el tiempo le
pondría el fabricante una coraza de aluminio, o de plástico, para evitar peligrosas
heridas por explosiones no deseadas no solo añadía burbujas al vermú, sino que
la violencia del chorro de agua de Seltz agitaba el vermú y le insuflaba aire
al conjunto. Pero el tiempo dorado de las aguas carbonatadas pasó a la
historia. En la década de los 50 del pasado siglo hubo en España más de 5.000
fábricas de gaseosas que vendían sus productos en pequeñas áreas geográficas del entorno
con nombres muy variados: “La Pitusa”,
“La Casera”, “Revoltosa”, “La Toresana”,”Konga”,
“Gil Montón”… Cualquier población de más de 3.000 habitantes disponía de su
propia fábrica de gaseosas, agua de Seltz y bloques de hielo. Curiosamente, las
primeras botellas de gaseosa de principios del siglo XX, las famosas gaseosas
de pito, se expendían en las oficinas de farmacia, al igual que sucedía con los
yogures. Aquellas botellas de gaseosa se
podían devolver vacías para ser recicladas a la tienda suministradora a cambio
del importe del valor del casco, algo que ocurría siempre con los sifones vacios
cuando se cambiaban por otros llenos. Miguel
Ángel Martínez Coello (El Faro de
Vigo, 03/10/14) dejó plasmado que “en la calle San
Miguel, de Orense, existió en 1883 una fábrica de gaseosas y refrescos de naranja, fresa, zarzaparrilla, grosella, etc., además
de agua de Seltz en sifones para la curación de
digestiones difíciles y laboriosas y de toda clase de padecimientos del
estómago”, tal como aparecía anunciado en El Eco de Orense, periódico político
fundado en 1880 por Valentín Lamas
Carvajal, ubicado en la calle Alba, 15 bajo”, que por aquel entonces
competía con el almacén de ultramarinos ‘La Abundancia’, de Ramón Quesada González, que vendía bacalao de Escocia, higos
de Fraga, pasas de Málaga y escabeches de varias clases, así como las cápsulas peuvianas
(sic) del doctor Borrell para curar
las purgaciones y flujos blancos a 16 reales el frasco de 75 cápsulas y el vino
de zarzaparrilla de ese mismo doctor, el más eficaz remedio para bubones,
verrugas, manchas de la piel, y caries de los huesos...”. Los sifones, como
digo, casi han desaparecido en bares y tascas. Menos mal que todavía nos queda
la “Antigua Casa Paricio” (1928) en el Coso bajo
zaragozano que, además de contar con el primer “Frigidaire” eléctrico de madera y espejos de 1934, el primero colocado en Zaragoza, dispone de mesas de
mármol, bolas de bacalao crujientes, anchoas en salmuera, gildas, berberechos, y
de un excelente vermú con sifón, todo ello servido con amabilidad por la
familia Cabrera.

Hoy viernes entra en vigor la Ley de Memoria Democrática en aplicación de la Ley 20/2022, de 19 de octubre, publicada en el BOE (cincuenta y cinco páginas) con fecha de día siguiente. Se
acabó llamar Valle de los Caídos al Valle de Cuelgamuros, ese enclave tétrico
en la Sierra de Guadarrama que yo veía a lo lejos, rompiendo el bello paisaje
serrano, durante mis estancias en Collado Villalba. Se acabaron, también, los
títulos nobiliarios concedidos por Franco.
Como reza el Título Preliminar en su Artículo 1.3, “Se
repudia y condena el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y la posterior
dictadura franquista, en afirmación de los principios
y valores democráticos y la dignidad de las víctimas. Se declara ilegal el régimen surgido de la
contienda militar iniciada con dicho golpe militar…”. En consecuencia, a mi entender, habría que retroceder en tiempo
(precedente a ese golpe de Estado), es decir, regresar a la Constitución de 1931 promovida por
aquella Segunda República, aprobada
el 9 de diciembre de aquel año por las Cortes Constituyentes y que,
curiosamente, nunca fue derogada por el franquismo. Pero los que tenemos
memoria recordamos que el 22 de noviembre de 1975 se asentó en España una
monarquía muy rara. A aquel Príncipe de
España lo que le interesaba entonces no era el futuro de la democracia sino
poder recuperar una corona perdida por Alfonso
XIII, su abuelo, con su huída precipitada en 1931. Y para demostrar que Juan Carlos I no trajo la democracia a
España ni fue el motor del cambio, veamos la “moviola” de su juramento: “Señor,
¿juráis por Dios y sobre los Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes
Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el
Movimiento Nacional?” -- preguntó Alejandro
Rodríguez de Valcárcel --. Respuesta
de Juan Carlos: “Juro por Dios y por los Santos Evangelios cumplir y hacer
cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento
Nacional”. A la muerte de Franco no se hizo un referéndum sobre la forma
de Estado que esperaban los españoles. Se prefirió intercalar la figura del
nuevo monarca (por algunos fascistas moteado como Juan Carlos el Breve) entre las páginas de una constitución, la del
78, que fue aprobada por los ciudadanos, que optaron por “tragar” lo menos
malo. Fue un regate de Adolfo Suárez
el que aseguró una Monarquía que solo estaba mal hilvanada desde la “charlotada”
de aquella Ley de Sucesión de 1947,
donde abría la posibilidad remota al regreso de los Borbones, aunque pasando por encima de la figura del entonces “heredero”
de unos “derechos históricos” ya inexistentes (por la pérdida de la corona tras
la huída cobarde del último rey de esa dinastía) que representaba Juan de Borbón. Franco, por un lado,
deseaba un “delfín” tras su muerte hecho a su horma; por otro, borrar definitivamente
al pretendiente, por el que demostraba un odio africano desde el “Manifiesto de Lausana” de 1945, silenciado
por la prensa y la radio españolas, aunque difundido por la BBC.