sábado, 22 de octubre de 2022

Vermú con sifón

 


Contaba Cristino Álvarez, que firmaba sus crónicas culinarias como Caius Apicius, que la decadencia del vermú llegó con la desaparición del sifón, ya que estaba hecho el uno para el otro. También desaparecieron sin que nos diésemos cuenta aquellos botellines monodosis que en los bares de los pueblos acostumbraban a volcar sobre copas triangulares de cóctel con una aceituna dentro, o una rodaja de limón. El sifón, al que con el tiempo le pondría el fabricante una coraza de aluminio, o de plástico, para evitar peligrosas heridas por explosiones no deseadas no solo añadía burbujas al vermú, sino que la violencia del chorro de agua de Seltz agitaba el vermú y le insuflaba aire al conjunto. Pero el tiempo dorado de las aguas carbonatadas pasó a la historia. En la década de los 50 del pasado siglo hubo en España más de 5.000 fábricas de gaseosas que vendían sus productos en pequeñas áreas geográficas del entorno con nombres muy variados: “La Pitusa”, “La Casera”, “Revoltosa”, “La Toresana”,”Konga”, “Gil Montón”… Cualquier población de más de 3.000 habitantes disponía de su propia fábrica de gaseosas, agua de Seltz y bloques de hielo. Curiosamente, las primeras botellas de gaseosa de principios del siglo XX, las famosas gaseosas de pito, se expendían en las oficinas de farmacia, al igual que sucedía con los yogures. Aquellas botellas de gaseosa  se podían devolver vacías para ser recicladas a la tienda suministradora a cambio del importe del valor del casco, algo que ocurría siempre con los sifones vacios cuando se cambiaban por otros llenos. Miguel Ángel Martínez Coello (El Faro de Vigo, 03/10/14)  dejó plasmado que “en la calle San Miguel, de Orense, existió en 1883 una fábrica de gaseosas y refrescos de naranja, fresa, zarzaparrilla, grosella, etc., además de agua de Seltz en sifones para la curación de digestiones difíciles y laboriosas y de toda clase de padecimientos del estómago”, tal como aparecía anunciado en El Eco de Orense, periódico político fundado en 1880 por Valentín Lamas Carvajal, ubicado en la calle Alba, 15 bajo”, que por aquel entonces competía con el almacén de ultramarinos ‘La Abundancia’, de Ramón Quesada González, que vendía bacalao de Escocia, higos de Fraga, pasas de Málaga y escabeches de varias clases, así como las cápsulas peuvianas (sic) del doctor Borrell para curar las purgaciones y flujos blancos a 16 reales el frasco de 75 cápsulas y el vino de zarzaparrilla de ese mismo doctor, el más eficaz remedio para bubones, verrugas, manchas de la piel, y caries de los huesos...”. Los sifones, como digo, casi han desaparecido en bares y tascas. Menos mal que todavía nos queda la “Antigua Casa Paricio” (1928) en el Coso bajo zaragozano que, además de contar con el primer “Frigidaire” eléctrico de madera y espejos de 1934, el primero colocado en Zaragoza, dispone de mesas de mármol, bolas de bacalao crujientes, anchoas en salmuera, gildas, berberechos, y de un excelente vermú con sifón, todo ello servido con amabilidad por la familia Cabrera.

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