jueves, 1 de octubre de 2009
DICHO ESTÁ
La ARMH ha pedido al Gobierno que se exhumen los restos de Francisco Franco del Valle de los Caídos y se los entreguen a su familia. Por otro lado, el traslado del Museo del Ejército al Alcázar de Toledo ha sido motivo suficiente como para que se borren todos los símbolos franquistas existentes en su interior. Las dos noticias me parecen importantes. En el primero de los casos, a mi entender, Franco nunca debió estar enterrado en el altar mayor de una basílica que sufragamos todos los españoles mediante impuestos. El autor de la mayor tragedia humana del siglo XX español debería haber sido incinerado y sus cenizas esparcidas al viento desde un avión militar, para que no quedase ni rastro de su recuerdo. Llevarlo en su día al Valle de los Caídos y darle honores de Jefe de Estado aquel lúgubre 22 de noviembre de 1975 no contribuyó precisamente a cerrar las heridas. Aquel “Dios mío, cuánto cuesta morir”, que había musitado el ferrolano de nación días antes, el 3 de noviembre , tras la primera operación realizada en el botiquín de El Pardo, lo podía haber considerado cada vez que firmaba sentencias de muerte a la hora del desayuno para los españoles que pensaban de otra manera. Después, en La Paz, con Villaverde a la cabeza, a cuyas órdenes había doce jefes clínicos y cada uno de los jefes clínicos contaba con un equipo de seis adjuntos y un número variable de médicos también adjuntos, fue lo más parecido a lo que sucede con las matrioskas, huecas por dentro, donde se albergan otras matrioskas. Luego vendría la hemodiálisis peritoneal. Un médico contaba que un mecánico de frigoríficos, Pérez Olmedo, veintiséis años, casado y con tres hijos, se había presentado en el hospital para ofrecer un riñón. Cantero Cuadrado llevó desde Zaragoza el manto de la Virgen del Pilar. Un artilugio parecido a un bumerang estaba alzado sobre una mesa de formica. Era el brazo incorrupto de Santa Teresa dentro de un tubo de cristal. Joder, qué tétrico todo. Más tarde, a su muerte, se invocaría en las Cortes el artículo séptimo de la Ley de Sucesión, y el entonces Príncipe de España escucharía las palabras grandilocuentes de Rodríguez de Valcárcel: “Señor, ¿juráis por Dios y sobre los Evangelios cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional?”. Tras la jura afirmativa, los aplausos. También los silencios. Definitivamente yo también me uno a la idea de que debe sacarse de inmediato la momia amojamada de Franco de su actual sepultura y entregársela a su familia para que hagan con ella lo que quieran. Por fortuna para los españoles, los “Principios que informaron aquel Movimiento Nacional” se fueron al carajo. También se moderó la inicial euforia.
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