lunes, 8 de noviembre de 2010
Azaña en la memoria
El pasado día 3 de noviembre se cumplieron 70 años de la muerte de Manuel Azaña; en mi opinión, el hombre más íntegro que tuvo España a caballo de dos siglos. El diario El País le dedicaba un reportaje ayer lunes, “Asalto al presidente Azaña”. La persecución que se hizo tras su muerte a este buen español por parte de Franco no tiene parangón. En ese reportaje se cuenta textualmente: “Pocas semanas después del desasosegante entierro en Mountauban (Francia) del que había sido presidente de la Segunda República -envuelto en una bandera mexicana porque se prohibió la tricolor-, alguien entró en su casa de Pyla-sur-Mer. Ni era caco profesional ni era un cualquiera: se trataba de Enrique Beltrán Manrique, cónsul español en Burdeos. Él mismo desveló su bochornosa misión en un escrito "muy reservado" enviado al ministro Mario de Pinies. "He estado dos mañanas completas con la policía y he mirado todo lo que la casa contiene", escribe Beltrán el 25 de noviembre de 1940. "Obras de arte no hay ninguna; aquello es una verdadera birria, y como él se fue de Pyla cuando todavía estaba esto en poder de las autoridades del Frente Popular no sé lo que haya podido llevarse consigo". ¿Qué esperaban encontrar aquellos miserables? Ciertamente piensa el ladrón que todos son de su condición. Franco rumiaba que Azaña era la encarnación del mal. Y los vencedores de aquel vergonzoso golpe de Estado y lo que llegó más tarde, bendecidos por la misma cúpula de Iglesia Católica que sólo hace un par de días equiparaba, tanto en Santiago de Compostela como en Barcelona, la situación actual de España con la España de la II República, hasta le quitaron el nombre que tuvo siempre a un pueblo de Toledo llamado Azaña para rebautizarlo como Numancia de la Sagra, como si se tratara de uno de esos pueblos de colonización que tanto gustaba al dictador inaugurar. La caverna de este país, ellos sabrán por qué, desea que se pase página a la Ley de la Memoria Histórica. Eso resulta difícil para quienes, a diferencia de los que así piensan, no conservan memoria selectiva. Se acaba de morir Emilio Massera. ¿Pueden olvidar a ese monstruo las madres argentinas que vieron desaparecer a sus hijos durante la dictadura de Videla? Pues no, ni ahora ni nunca. Algo parecido nos ocurre en España a quienes sufrimos la muerte de nuestros parientes a manos de unos malnacidos salvadores patrios. Ni perdonamos ni olvidamos.
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