jueves, 11 de noviembre de 2010
De cine
Ha fallecido el productor de cine Dino de Laurentis. Recuerdo su película “Las noches de Cabiria”, dirigida por de Fellini en 1957, donde Giulietta Masina hacía un papel genial. La prostituta Cabiria Ceccarelli se convirtió en víctima de sucesivos vividores que se aprovecharon de ella. Recuerdo que, siendo un mozalbete, tenía prohibida la entrada al cine de todas aquellas películas que fueran para mayores de 16 años. Por aquellos tiempos en los que imperaba en España el espíritu del “nacional-catolicismo” existía una férrea censura hasta el punto de que, en muchas ocasiones, la ofuscación de aquellos censores llegó a lindar en lo patológico. Todos conocemos el caso de “Mogambo”, la película de 1953 dirigida por John Ford, con Clark Gable, Ava Gardner y Grace Kelly. Aquella censura, tan acostumbrada a cogérsela con papel de fumar, cambió los diálogos para evitar que se produjese adulterio en su argumento, y convirtió a Grace Kelly y a Donald Sinden en hermanos en vez de matrimonio con lo que, por el hecho de acostarse juntos, se producía un evidente quebrantamiento. Pues bien, en aquel pueblo de Zaragoza proyectaban “Las noches de Cabiria” una de aquellas tediosas tardes de domingo. Sobre el mediodía era costumbre colocar en la puerta del cine varios fotogramas ampliados de la película que se proyectaría horas más tarde, así como su clasificación moral. Yo era consciente cada mañana de domingo, en función de aquella subjetiva clasificación, de si podría o no podría pasarme por taquilla para sacar entrada. Aquella tarde iba a ser que no. Pero sucedió algo fuera de lo habitual. El puritano párroco, que años más tarde saldría rana, aconsejó mediante unos avisos que colocó por todas las paredes del pueblo acudir al cine aquella tarde, considerando que Cabiria era una película muy peligrosa para la moral de los feligreses, que si acudían al cine pecarían mortalmente, etcétera. Por la tarde me acerqué por la puerta del cine. Mi sorpresa fue grande cuando el empresario del local me invitó a pasar a la sala de proyección sin pedirme el carné. En las butacas casi no había público. Aquella tarde descubrí una de las mejores películas del cine italiano. Como dijo Franco a la muerte de Carrero: “no hay mal que por bien no venga”.
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