jueves, 18 de noviembre de 2010
Cuelgamuros y todo eso
No sé, creo que la mejor solución no es volar por los aires la cruz de Cuelgamuros. A fin de cuentas a nadie importa demasiado una cruz de más o de menos en España. El Foro por la Memoria de la Comunidad de Madrid y el Foro Social de la Sierra de Guadarrama así lo desean y respeto profundamente esas pretensiones. Lo que sucede es que con el Valle de los Caídos pasa como con los bocadillos: lo importante es lo dentro. A la caverna le haría mucho más “daño” que se exhumaran los restos de Franco y de José Antonio, que se los entregasen a sus familiares y que ellos decidieran qué hacer con sus respectivos despojos. La basílica, ya sin frailes benedictinos y sin los restos de ese par de fascistas, se convertiría en un simple camposanto con restos de soldados muertos en combate durante la última contienda. Dentro de lo malo, mejor es que los caídos de uno y otro bando permanezcan en ese lugar antes de que continúen olvidados en las cunetas. A la postre, todos fueron soldados españoles llamados a filas y casi siempre sin poder de elección. Las guerras civiles, como bien dijo De Gaulle, no se terminan nunca. Pero a Franco y al Ausente habría que separarlos del resto de inmediato como a esas manzanas medio podridas existentes dentro de un frutero. No puede ser que permanezcan uno delante y otro detrás del altar mayor conociendo sus responsabilidades en la mayor tragedia histórica de España. No se cerrarán las heridas abiertas mientras acudan cada 20 de noviembre unos nostálgicos de la caverna a ponerles flores, a ondear banderas inconstitucionales con olor a alcanfor y a cantar unos himnos más rancios que el fajín de Mola. Lo peor de todo es que muchos chavales de pelo rapado y botas paramilitares que acuden a esos obsoletos actos no saben nada ni de historia ni de lo que representaron ese par de insensatos. Acuden por inercia y mezclan cruces gamadas con tatuajes raros y pelos cortos con chupas de cuero llenas de chapas de "rottweilers" que no vienen a cuento. Les sucede, más o menos, como a aquel tipo que me acompañaba una tarde por las calles de Reus. En un momento dado, ambos nos paramos bajo la estatua ecuestre del general Prim. “¿Quién es ese?”, me preguntó mi acompañante. “Es el general Prim-- le contesté--, el héroe de Castillejos”. “¡Ah, claro, el general Prim!”, respondió. Se hizo el silencio. Al poco rompió el mutis para decirme con mucha seguridad: “¡Quién no ha oído hablar del general Prim de Rivera!”. Pues eso.
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