sábado, 27 de noviembre de 2010
Esperpento
El esperpento valleinclanesco en España ya es algo tan común como el botijo, la boina o las mantecadas de Astorga. El sentido de la propiedad, por otro lado, está tan arraigado entre nosotros que no conozco país alguno que detente tantas viviendas de propiedad privada como chabolas en vertical ni tantos apartamentos de verano llenos de brechas en sus paredes maestras por culpa del fibrocemento. Aquí no importa la calidad del paño, sino el saberse dueño de algo, aunque sea de una corraliza en medio de un frío páramo de la Castilla profunda, de un nicho de camposanto resguardado de los vientos y al que da la sombra en verano, o de un desvencijado utilitario con más kilómetros encima que el caballo del Cid. Por estos pagos, vivir de alquiler, o de realquiler con derecho a cocina, fue cosa de patios de vecindad en las películas de Berlanga y de la blanquinegra posguerra con olor a coliflor, a cigarro “farias” con orla de papel de fumar, a don sin din, a sacristía, a naftalina y a caries de porteras. Y ese arraigado sentido de la posesión nos lleva, en algunos casos, a colocar en situaciones embarazosas a notarios y registradores de la Propiedad. Tal es el caso de Ángeles Durán, vecina de Vigo, que tiene en su poder un acta notarial que la hace propietaria del Sol, "al no conocerse en 5.000 millones de años propietario alguno". Al menos, así lo cuenta “La Voz de Galicia”, donde también se informa de que un joven, Víctor Valderrábano, estuvo a punto de perder un testículo al golpearse con la tapa de una alcantarilla mal colocada. Eso es peor. Cualquier español puede perder, llegado el caso, todas o alguna de sus propiedades por embargo hipotecario y el posterior lanzamiento judicial. Pero no está dispuesto a que le toquen los cataplines. Menos aún, a que los pueda perder en mor del puñetero Plan E, de Economía Sostenible.
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