Comenta Heraldo de Aragón que “el PSOE hace suyo el discurso del Rey para asegurar que avala las reformas de Zapatero”. Me parece que la noticia hubiera sido más exacta cambiando el orden de los protagonistas. A mi entender, ha sido el Rey el que ha hecho suyo el mensaje del PSOE para avalar las reformas del Presidente, como no podía ser de otra manera. Sin pretender dármelas de adivino, ¡ojala lo fuese!, mi personal olfato sobre el momento presente me informa de que tal discurso real, (elaborado a la medida de un Jefe de Estado, con unos poderes exiguos contemplados en la Constitución Española, por un Ejecutivo sin brújula y en evidente estado de descomposición) fue el “trágala” de la fórmula magistral lograda en la rebotica de La Moncloa para que el Rey pudiese salir airoso del brete, por encima del deseo de buena voluntad hacia los españoles sobre lo que ya se anticipa como un “feliz” año peor. Y esa fórmula magistral, para que surgiera el efecto deseado, sólo la podía concebir un químico, o sea, Pérez Rubalcaba. El mensaje navideño tuvo, como sucede con todos los específicos de laboratorio, determinados efectos secundarios. Tales efectos no fueron otros distintos que una irritación de la Izquierda (la Izquierda real, no esos neoliberales del puño y la rosa) por el apoyo del Rey a los recortes sociales.
En ese mismo diario (páginas 6 y 7) Jesús Morales entrevista a Manuel Pizarro, otro que tal baila, desertor del Congreso de los Diputados, donde aclara su “diagnóstico” sobre la salud de España con el aplomo de Gregorio Marañón. Por cierto, Marañón decía que el mejor diagnóstico consistía en sentarse en una silla junto al enfermo y observar su aspecto anímico. Pizarro, que yo sepa, dejó el escaño del Congreso hace diez meses. También el Comité Ejecutivo del PP en Madrid por deseos de Esperanza Aguirre. El número dos de Rajoy en las pasadas elecciones permanece desde entonces sentado en el sillón de uno de los despachos más grandes del mundo, donde estudia la manera de ver cómo puede coger el toro por los cuernos. Pero no el toro de España, ese toro negro de Domecq que está plantado, desafiante, en los oteros junto a las carreteras. O sea, ese toro negro y astifino que algunos patrioteros llevan plasmados en las banderas nacionales que venden los chinos y que acabará matándonos en el embroque. El “fichaje estrella” no es torero de postín ni lleva traje de luces montera ni se arriesga a que un bovino le pueda hacer un siete en la taleguilla. Observa el desarrollo de la lidia en la barrera de sombra y jamás se le pasó por la cabeza ser espontáneo y lanzarse arena del redondel a pecho descubierto. El nieto del guardia civil (que no llevaba montera sino tricornio) que fuera nombrado gobernador civil de Teruel en 1947 y que se encargó de la represión del maquis en la zona; el hijo del que fuera procurador en Cortes por el Tercio Familiar durante la época franquista (que tampoco llevaba montera ni tricornio sino chaquetilla blanca), convertido ahora en presidente del Consejo Social de la Universidad Autónoma de Madrid, espera paciente a la puerta de su enorme despacho para ver pasar el cadáver de su enemigo, es decir, la nueva convocatoria de los españoles a las urnas, el cantado triunfo de Rajoy por goleada y la consiguiente pregunta tan española sobre “que hay de lo mío”. La historia siempre se repite. Y él lo sabe.
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