domingo, 17 de abril de 2011
Prohibido ser pobre
Ana Botella dijo hace unos meses que los mendigos ensuciaban las calles del casco antiguo de Madrid. Ahora el alcalde Ruiz Gallardón pretende quitárselos de encima. ¿Cómo? Eso ya no lo sé. A ambos, a Botella y a Gallardón, o a Gallardón y a Botella, que tanto monta, lo que les avergüenza no es que existan mendigos sino que se les vea en las calles. En Madrid lo que procede es prohibir ser pobre. El Partido Popular pretende, por un lado, ejercer una política neoliberal nauseabunda; y, por otro, que los “daños colaterales” de esa desacertada política, o sea, los mendigos, desaparezcan del mapa. Pero no que se esfumen por haber elevado su categoría social con una calidad de vida más aceptable, sino simplemente que no se les vea por ningún sitio para que no enseñen sus miserias al visitante. Eso es imposible. Es como si el crápula que se pasa las noches de juerga, copas y putiferio pretendiese que al día siguiente los triglicéridos de sus análisis clínicos estuvieran en los niveles aceptables de un deportista de veinte años. En su bitácora, Carlos Carnicero propone un decálogo de medidas “que van en la misma dirección que las que persigue el alcalde de la capital”, entre las que se encuentra que “los restaurantes de lujo de Madrid dedicaran dos mesas en cada turno de comidas y cenas para personas que nunca han podido observar una estrella Michelín de cerca”. Vamos, como sucedía en el metro cuando se reservaban dos asientos para los caballeros mutilados. Lo triste de los mendigos madrileños es que, además de no poder ver las estrellas Michelín de cerca, tampoco pueden observar las estrellas del firmamento de lejos, cuya contemplación todavía es gratuita, por culpa de la contaminación lumínica. En ese decálogo de buenas intenciones, a mi entender, falta algo importante que ayudaría a mitigar la hambruna de los “sin techo”, consistente en sentar a un pobre a la mesa de cada casa los domingos y fiestas de guardar después de haber oído misa entera oficiada por Rouco Varela; y, a ser posible, hacer ese día la socorrida paella con abundante azafrán, trozos de pollo, gambas, mejillones y algo de Gürtel, para que la paella resulte más valenciana. Después, durante el café y la copita de “machaquito”, al mendigo se le podría explicar de forma sucinta cómo ganar dinero en Bolsa sin esfuerzo, el por qué de la necesidad de congelar los convenios de los trabajadores en beneficio de las empresas, o las posibles razones que “justifiquen”, como escribe Carnicero, que “Cospedal equiparase a un etarra sanguinario con Alfredo Pérez Rubalcaba”. Es cuestión de poner énfasis en la perorata. Algo similar al que pusieron los ganadores de la Guerra Civil cuando afirmaban a las víctimas del gasógeno, del piojo verde, de la tuberculosis galopante y de la cartilla de racionamiento que los rojos tenían rabo.
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