domingo, 10 de abril de 2011

Dolores Carrión


España sigue siendo en la praxis, sin pararme a analizar si tal circunstancia es buena o mala, un país mayoritariamente católico. Y eso es un hecho cierto. Y en casi toda España se contemplan las procesiones callejeras como parte consustancial del sentimiento patrio. La Constitución española, por otro lado, recoge la libertad de expresión y la libertad de culto. Todo ciudadano tiene derecho a expresarse libremente. Sin embargo, entre la ciudadanía también debe regir el principio de respeto a los derechos de los demás. Ello viene a cuento con esa astracanada de “procesión bis” que algunos grupúsculos anticlericales piensan llevar a cabo el próximo Jueves Santo por determinadas calles del casco viejo de Madrid. Dolores Carrión, recién nombrada delegada del Gobierno en esa Comunidad, entiende que, al no tratarse de una manifestación con posible alteración del orden público, no encuentra motivos para prohibirla. Para Carrión, es un “acto lúdico” y, a su entender, a su estúpido entender, debe ser controlado por el Ayuntamiento. O sea, se inhibe. Como en el dicho: “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Lo que sucede, y eso no debería ignorarlo la delegada del Gobierno, es que tal “acto lúdico” se piensa llevar a cabo en pleno Lavapiés y calles adyacentes, a mayor “gloria” de la multitud de musulmanes residentes en la zona. Y, para añadir más disparatado tremendismo, en coincidencia con el día en el que se conmemora el acto litúrgico del lavatorio de pies por Cristo a los apóstoles después de la última Cena. Pero el “acto lúdico” previsto, que tiene maldita gracia, se producirá casi en paralelo con otro acto, serio y “ad maiorem Dei gloriam”, como reza la famosa divisa de la Compañía de Jesús y que siempre me recuerda al mejor Ramón Pérez de Ayala de hace justo un siglo. En ese sentido, Manuel Martín Ferrand, en su articulo “La procesión”, de hoy en ABC, señala que “la torcida intención de quienes convocan tan estrafalaria procesión se pone de manifiesto en su propio pregón, que encabezan con la imagen de un Nazareno. Eso no es negar la existencia de Dios, sino tratar de ridiculizar al Dios concreto de unos cuantos cientos de millones de personas que, a partir de Cristo y durante los últimos veinte siglos, con diversas formas, confesiones y liturgias, han mantenido la llama de una fe y la inmensa extensión de una cultura que es, precisamente, la nuestra. La de Occidente”. Dolores Carrión, a mi entender, no sabe por dónde le sopla el viento.

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